SAN ALFONSO MARIA LIGORIO
Queridos amigos:
Hoy, tanto la primera lectura como el evangelio, nos ponen delante dos temas que tienen mucho que ver con la justicia en su sentido más hondo.
En la primera lectura, el año jubilar: ese momento en que cada uno recobrará su propiedad y hasta la tierra y la naturaleza reciben un respiro. Ese momento en que todos volvemos al punto de partida, sanos, recobrados… sin deudas que pagar que nos impidan seguir creciendo (esto me suena a mucha actualidad política…) Y es que, dice Dios, que “nadie perjudicará a uno de su pueblo”... Casi nada…
En el evangelio recordamos la escena de la decapitación de Juan Bautista. ¿Por ser libre?, ¿por ser profeta que incomoda con su verdad?, ¿por ser fiel a su misión? Algo de eso hay… Pero en último caso, muere por un capricho de alguien que antepone sus propios deseos a la vida de una persona, a la justicia, a la dignidad. ¡Es tan actual que da miedo! ¡Cuánta violencia y cuanta desproporción en nombre de grandes ideales! A veces, por desgracia, hasta en nombre de Dios… Pero también, ¡cuánta muerte e injusticia por puro capricho, superficialidad, banalidad!
Y cuantas personas que pudiendo evitarlo, “para no quedar mal con sus invitados” acceden a cualquier barbaridad. Podemos pensar en grupos terroristas o en poderosos narcos mafiosos. Está bien. Pero no dejemos de pensar en nosotros, en nuestra pequeña o gran parcela de acción donde también nos dejamos llevar -a veces- de nuestros caprichos o cedemos ante la mirada de los demás, aún sabiendo que estamos llevando a cabo un despropósito.
San Alfonso María de Ligorio, a quien hoy recuerda la Iglesia, era de familia noble y distinguida. Un "niño prodigio" de la época, al parecer: facilidad para los idiomas, ciencias, arte, música, inteligencia… Al parecer, empezó a estudiar leyes a los 13 años y a los 16 años presentó el examen de doctorado en derecho civil y canónico en la Universidad de Nápoles. A los 19 años ya era un abogado famoso. Cuentan que como abogado no perdió ningún caso en 8 años, hasta que un día, después de una brillante defensa, descubrió que, sin él saberlo, había defendido un documento falso. Eso cambió su vida radicalmente y decidió dejarlo todo y poner al servicio del Reino toda su capacidad. Que él interceda para que sepamos reconocer al servicio de qué impulsos o verdades estamos entregando nuestra vida, verdaderamente.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz, misionera claretiana
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