CAPÍTULO XIII
De la obediencia del súbdito humilde, a ejemplo de Cristo
Hijo, el que procura eximirse de la obediencia, el mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta voluntariamente y de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece a él perfectamente, sino que muchas veces se rebela y murmura. Aprende, pues, a sujetarte pronto a tu superior si deseas tener tu carne sujeta, porque más presto se vence el enemigo exterior cuando el hombre interior no estuviere disipado. No hay enemigo más dañoso, ni peor para tu alma que tú mismo, si no estás de acuerdo con el espíritu. Necesario es que tengas un verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.
Pero ¿qué gran cosa es, que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por mi amor, cuando yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Híceme el más humilde y más abatido de todos para que vencieses tu soberbia con mi humildad. Oh polvo, aprende a obedecer; tierra y lodo, aprende a humillarte y a postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tu voluntad y rendirte a toda sujeción.
Enójate contra ti mismo, y no sufras que viva en ti la presunción de soberbia; más hazte tan sujeto y pequeño, que puedan todos andar sobre ti y pisarte como el lodo de las calles. Hombre vano, ¿de qué te quejas? Pecador torpe, ¿qué podrás contradecir a quien te zahiere, pues tantas veces ofendiste a tu Criador, y muchas mereciste el infierno? Mas te perdoné, porque tu alma fue preciosa en mi acatamiento, para que conociese mi amor, y fueses siempre agradecido a mis beneficios, y te dieses continuamente a verdadera humildad y sujeción, y sufrieses con paciencia el propio desprecio.
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