CAPÍTULO XVI
Sólo en Dios se debe buscar el verdadero consuelo
Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo sólo tuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que, alma mía, tú no podrás estar consolada cumplidamente, ni perfectamente recrearte sino en Dios, que es consolador de los pobres y ampara los humildes.
Espera un poco alma mía, espera la promesa divina y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Las temporales sean para usar, las celestiales para desear. No puedes quedar satisfecha de cosa temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.
Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada; porque sólo en Dios, que crió todas las cosas, consiste tu bienaventuranza y tu felicidad; no la dicha que admiran y alaban los locos amadores del mundo, sino la que esperan los buenos y fieles siervos de Cristo, y algunas veces gozan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El bienaventurado y verdadero consuelo es aquél que interiormente da a sentir la verdad. El hombre devoto, en todo lugar lleva consigo a Jesús, su consolador, y le dice: Ayúdame, Señor Jesús, en todo lugar y tiempo. Tenga yo por gran consolación, el querer gustosamente carecer de todo humano consuelo, y si me faltare tu consolación, séame el sumo consuelo tu voluntad y tu justa prueba, pues no estarás perpetuamente airado, ni me amenazarás para siempre.
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