CAPÍTULO XVIII
Debemos llevar con igualdad de ánimo las miserias temporales a ejemplo de Cristo
Hijo, yo bajé del cielo por tu salud; tomé tus miserias, no por necesidad, sino por caridad, para que tú aprendieses la paciencia y sufrieses sin indignación las miserias temporales; porque desde la hora en que nací hasta mi muerte en la cruz no me faltaron dolores que sufrir. Yo tuve muchas faltas de las cosas temporales; oí muchas veces grandes quejas de mí; sufrí con mansedumbre confusiones y afrentas. Por los beneficios recibí ingratitudes; por los milagros oí blasfemias, y por la doctrina reprensiones.
Señor, ya que tú fuiste paciente en tu vida, cumpliendo principalmente en esto la voluntad de tu Padre, justo es que yo, miserable pecador, según tu voluntad me sufra con paciencia y lleve por mi salvación la carga de mi corruptible vida, hasta cuando quisieres; pues aunque la vida presente se siente ser pesada, se ha hecho ya por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los flacos, por tu ejemplo y el de tus santos; y aún de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo pasado en la ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo, y el camino parecía también más oscuro, cuando eran tan pocos los que cuidaban de buscar el reino de los cielos; pero ni aún los que entonces eran justos, y se habían de salvar, podían entrar en el reino celestial, antes de tu pasión y el sacrificio de tu muerte.
¡Oh cuántas gracias debo darte por haberte dignado mostrarme a mí y a todos los fieles, el camino recto y seguro para tu eterno reino! Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a ti, que eres nuestra corona. Si tú no fueras delante y nos enseñaras, ¿quién cuidara de seguirte? ¡Ay, cuántos quedarían lejos y muy atrás, si no mirasen tus esclarecidos ejemplos! Y si aún estamos tibios, después de haber oído tantos milagros tuyos e instrucciones, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para seguirte?
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