CAPÍTULO XXI
Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas
Alma mía, descansa siempre en Dios, sobre todas y en todas las cosas, porque él es el eterno descanso de los santos. Concédeme tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, descansar en ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honor; sobre toda potencia y dignidad; sobre toda ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda fama y loor; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y dádivas que puedes dar e infundir; sobre todo el gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles y sobre todo el ejército del cielo; sobre todo lo invisible e invisible; y sobre todo lo que tú, Dios mío, no eres.
Porque tú, Señor Dios mío, eres bueno sobre todo; tú sólo altísimo; tú sólo potentísimo; tú sólo suficientísimo y plenísimo; tú sólo suavísimo y agradable; tú sólo hermosísimo y amantísimo; tú sólo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están todos los bienes perfectamente juntos, estuvieron y estarán. Por eso es poco y no me satisface cualquier cosa que me das fuera de ti, o revelas o prometes de ti mismo, si no puedo verte ni poseerte cumplidamente; porque no puede mi corazón descansar verdaderamente ni contentarse del todo, si no descansa en ti, y no se eleva sobre todo lo criado.
¡Oh amantísimo esposo, mío Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en ti? ¿Cuándo me será concedido ocuparme en ti cumplidamente y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en ti, que no me sienta a mí por tu amor, sino a ti sólo sobre todo sentido y modo, y de un modo no manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces doy gemidos y sufro con dolor mi infelicidad; porque me acaecen muchos males en este valle de miserias los cuales me turban a menudo, me entristecen y ofuscan; muchas veces me impiden y distraen, me halagan y embarazan, porque no tenga libre la entrada a ti, y no goce de los suaves abrazos, que sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévante mis suspiros, y la grande desolación que hay sobre la tierra.
¡Oh Jesús resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando! Delante de ti están mi boca sin voz, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuando tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito suyo, y lléneme de alegría. Extienda su mano, y líbreme a mí, miserable, de toda angustia. Ven, ven, que sin ti ningún día, ni hora estaré alegre; porque tú eres mi gozo, y sin ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que tú me reanimes con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad y muestres tu amable rostro.
Busquen otros lo que quisieren en lugar de ti, que a mí ninguno otra cosa me agrada sino tú, Dios mío, esperanza mía y salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar a ti, hasta que tu gracia vuelva, y tú me hables en lo interior diciendo:
Mira; aquí estoy, me ves ya aquí, pues me llamaste. Tus lágrimas y el deseo de tu alma, y tu humillación y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti.
Y yo dije: Señor, yo te llamé y deseé gozarte; preparado estoy a menospreciar todas las cosas por ti; pero tú primero me excitaste para que te buscase. Bendito seas, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué más tiene que decir tu siervo delante de ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay cosa semejante a ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se gobiernan todas las cosas. Por eso toda alabanza y gloria sea a ti, ¡oh Sabiduría del Padre! A ti alabe y bendiga mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado.
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