16 de Junio de 1978
DOLORISIMA PASION Y ESPLENDOROSA RESURRECCION
Escribe hijo, soy Padre Pío.
No podía faltar mi voz unida a la de los bienaventurados del Paraíso que te han hablado. Ya en la tierra, hijo mío carísimo, vi con claridad por Bondad divina el desarrollo futuro de la vida de la Iglesia. Vi sus trabajos y vi su ascensión hacia el Calvario ya en acto; de ella vi la oscuridad en la que estaba envuelta y en la que se sumergía cada vez más; vi sus Judas y las consecuencias de su traición; vi sus mártires; vi sus ajusticiados; vi la sangre bañar abundantemente la tierra, pero también vi los Retoños túrgidos de humores vitales, vi el alba de su primavera, vi su dolorosísima pasión y su esplendorosa resurrección y entre todas estas cosas también te vi a ti, hijo mío Don Octavio, sí, también te vi con tu Cruz seguir al Cordero por el camino del Calvario, te vi con tu fardo de tribulaciones, sobre los hombros mientras anunciabas a la Iglesia el problema central de la Pastoral, dado de lado por un buen número de Pastores y por un grandísimo número de sacerdotes, que en nombre de no sé qué reforma o de cuál Concilio se han prometido cambiar todo, reestructurar todo: Biblia, Evangelio, Tradición, poniendo aparte a Cristo, Verdadero Dios y verdadero hombre, por lo cual, cada vez más abiertamente, de Cristo aceptan sólo su Humanidad y prácticamente rechazan y niegan su Divinidad. Pretender reestructurar a Dios, reestructurar la Doctrina y la Moral, quiere decir haber alcanzado el más alto nivel de la presunción y de la soberbia al que el hombre puede llegar.
Hijo mío, no es que la Iglesia en el pasado no haya conocido hombres del molde de tantos teólogos presuntuosos de este siglo, pero estos hombres aparecían en el escenario de la Iglesia en tiempos sucesivos, jamás un número tan grande apareció en un mismo siglo, y jamás pusieron en discusión toda la Revelación y toda la Ley, por lo cual, como ayer se te dijo, hoy se ha perdido el sentido del Bien y del Mal, de lo licito y de lo ilícito.
El enemigo no prevalecerá...
¿Cuánto tiempo, hijo mío, ha empleado Satanás para preparar su inmenso y complejo plan de materialización de la Iglesia y del mundo? Milenios, pero en estos dos últimos siglos, en nombre del progreso y sirviéndose del mismo progreso material, ha acelerado los tiempos con los medios que el progreso de las cosas ha puesto a disposición de la humanidad y, por tanto, también de la Iglesia. Ha acelerado su mortífero plan de demolición de aquella Iglesia, a la que siempre ha odiado, aun antes de que el Salvador la pusiera como Sacramento de salvación en medio de la humanidad.
Ha logrado éxito el enemigo feroz en su intento y en su propósito de demoler la obra de Dios sólo en parte, porque no se le permitirá ir más allá del límite decretado, esto es, no prevalecerá, pero el daño causado a las almas es ciertamente incalculable, es superior a toda capacidad de entender por mente humana.
Es inútil, hijo, adelantar una respuesta al por qué de todo esto, la respuesta ya se te ha dado y repetido muchas veces. Hijo mío Don Octavio, tú has sido elegido como instrumento de la Providencia divina para proponer nuevamente el verdadero problema de la Pastoral, porque él debe estar a la base de toda actividad eclesial, porque ninguna renovación o regeneración sería posible sin cimentarla sobre los sólidos e infranqueables principios de la Fe y de la Moral.
El viento de la purificación ya sopla
Hijo mío Don Octavio, los milenios ante Él son menos que un instante que pasa, y la actual situación de la Iglesia es como la de una nublada y brumosa mañana de otoño: aire estancado, nula visibilidad, tantos accidentes y tanto malestar, luego se levanta el viento que barre el frío y la molesta y densa niebla y he aquí de nuevo el sol a brillar para infundir
confianza a las almas cansadas y abatidas. El viento de la purificación ya sopla y ya hinche el cielo de nubes cada vez más oscuras, luego el temporal, la tempestad que todo lo arrollará, que destruirá las necias e enloquecidas esperanzas del enemigo; después, el sol de la nueva era de paz y de justicia, el sol que iluminará a la tierra con una nueva luz, luz jamás vista ni conocida. El calor del sol volverá fecunda la tierra como en la vida lo fue.
Hijo mío, la bondad divina te ha reservado este privilegio de divisar todo y ver el éxito de la victoria después de la áspera lucha predicha por ti, y por ti vivida, luego subirás también tú a la Casa del Padre para cantar con nosotros eternamente las alabanzas de Dios, para proclamar la Potencia, la Gloria, el Honor por los siglos eternos y así sea.
Hijo mío, Él te mira con amor, Ámalo, ámalo, hijo, síguelo hasta la Cumbre.
Te bendiga, os proteja hoy y siempre de los asaltos de vuestros y Sus enemigos.
Padre Pío
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