17 de Junio de 1978
LA MUERTE NO INTERRUMPE LA VIDA
Don Octavio, soy Don Sisto.
Te fue dicho que la muerte no interrumpe la vida, sino que, para los elegidos, la perfecciona; esto es cierto, en efecto, como aquel que llega forastero a una gran ciudad antes desconocida y está distraído por las grandes novedades que divisa, luego, los problemas de su vida vuelven a aflorar y asoman a su memoria, así es para el que llega al Paraíso. No es que inicie la vida ex novo[88], sino que vuelve a recordar las cosas de la vida terrena, naturalmente en una luz completamente diferente, y ve las cosas desde un perfil nitidísimo, por lo que también el interés por las cosas terrenas es modificado por la nueva situación.
Cuando la vida terrena estaba en curso, yo sabia de los muchos males que afligían a la Iglesia, pero ese conocimiento mío era limitado y estrecho y jamás habría podido suponer la realidad. Desde el Paraíso, por permisiva Voluntad divina, la visión de los acontecimientos humanos es bien diversa y también es diferente la visión de la Iglesia. Bastaría con que sólo por un instante todos los hombres en camino en la tierra pudieran tener una visión del mundo para que se verificara un cambio radical de las amargas y tristísimas realidades que vosotros estáis viviendo, pero esto no es posible, la vida en la tierra es prueba, y no sería ya prueba si no fuera así.
En la oscuridad de la noche
Don Octavio, me parece inútil continuar el discurso sobre el origen de los males llevados a la tierra por la rebelión contra Dios de las fuerzas oscuras del infierno y por la desobediencia de nuestros primeros padres, males agravados por los sistemas de vida económicos y sociales que lesionan o la justicia o la libertad de los individuos y de los pueblos. Puede parecer absurdo que el hombre, dotado de facultades tan maravillosas que lo han llevado a descubrir tantos secretos de la naturaleza y a la conquista de un progreso, que bien guiado podría verdaderamente llevar o acrecentar el bienestar del hombre en la tierra, no haya sabido adquirirlo, no por la incapacidad del hombre, sino por la perversa voluntad del que es Príncipe de este mundo y que tiene a la humanidad como su presa, hecha suya con el engaño y con la mentira. En realidad nunca ha permitido que se pudieran instaurar para los pueblos gobiernos de buena voluntad, gobiernos en los que justicia y libertad pudieran estar juntas, o, al contrario, o está conculcada una o está conculcada la otra, por lo que la vida de los pueblos siempre ha estado convulsionada, agitada, turbada por guerras civiles, revoluciones y otros muchos achaques, provenientes siempre de la primera y única causa: la soberbia de Satanás y de sus legiones.
Don Octavio, para quien usa la inteligencia con la voluntad de averiguar la verdad, la verdad emerge clara de la confusión de los hombres en la tierra. En medio de los pueblos está la Iglesia, que tiene el mandato de llevar las verdades divinas a todos los pueblos y ¿cómo es posible que también en la Iglesia, maestra de paz, de verdad y de justicia haya desde siempre entrado el desorden, la lucha y la injusticia? No te responderé yo, sino más bien te responderá Él, el Divino Maestro con la parábola del sembrador, de aquel sembrador que tuvo su campo infestado por la cizaña que el inimicus hominis[89] había sembrado en la oscuridad de la noche. Medita sobre estas últimas palabras: "en la oscuridad de la noche". El no se manifiesta nunca, todo lo hace en el secreto de la noche, en la oscuridad.
Combatir al verdadero gran enemigo del hombre
Don Octavio, bastaría una pizca de buena voluntad para comprender que las raíces de los males que afligen a la humanidad y a la Iglesia y que presentan todos las mismas características, ambiciones personales, orgullo, envidia, celos son siempre las mismas: Satanás y las fuerzas oscuras del infierno. ¿Es posible que los hombres no sean capaces, por el conocimiento de tal realidad, de eliminar de sus corazones, de los pueblos y de la Iglesia todos estos males? No es posible, hasta tanto que individuos, naciones y pueblos, identificando al autor de todos los males, conciban la voluntad de combatirlo con los medios adecuados y eficaces. Paciencia para los pueblos no cristianos, pero para los pueblos cristianos y para la Iglesia, que tenía el mandato de indicar a la humanidad entera el origen de todos los males, a Ella, a quien habían sido dados los medios eficaces para combatirlo y señalarlo a los demás como el verdadero gran enemigo del hombre y del cristiano, es absurdo que no lo haga. Pero la Iglesia hoy se ha dejado magnetizar, por lo que, más que cualquier otro, sufre el daño de ello, que es gravísimo en sus consecuencias.
A ti, Don Octavio, convéncete de ello, te ha sido confiada la misión de presentar a la atención común sobre el verdadero gran problema, he aquí el porqué de la intervención extraordinaria que te llega de lo Alto he aquí el por qué te estamos cercanos; tú continúas en lo más intimo preguntándote cómo puede ser que el Omnipotente te haya elegido a ti para una misión tan grande... no te lo preguntes más, ya se te ha repetido, Él obra y no tiene necesidad de ninguno. Él te ha elegido a ti no porque tú le puedas ser útil de alguna manera, sino sólo porque así lo ha querido y así lo quiere, sea hecha siempre y en todo momento su Divina Voluntad.
Dios Uno y Trino te bendiga. A Él siempre todo honor y gloria en los siglos eternos. Y contigo bendiga la Asociación, a D. P. y a todos los dirigentes y socios.
Don Sisto
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