No hace mucho
una amiga, misionera seglar destinada ahora en África, me escribía manifestándome
su sorpresa por el avance del laicismo y de los ataques a la iglesia católica. Contaba cómo, en poco tiempo, había tenido que soportar dos interrupciones a gritos de la celebración de la eucaristía. ¿Qué está pasando?
Anoche leía lleno de tristeza que, en un pueblo de Madrid, Villa del Prado,
ha ardido el belén colocado junto al ayuntamiento, y con todas las papeleteas de ser algo provocado. Apenas un par de días antes, unos desconocidos habían arrasado durante la madrugada varias de las figuras del
belén gigante de la Taconera, en Pamplona.Muchos de los pastores, ovejas y otros elementos figurativos aparecieron aparecido derribados en el suelo.
Esto es lo que tenemos. En Madrid, lo que más conozco, la situación es penosa. Este año iniciamos las cabalgatas con reinas magas, que en un principio irían vestidas como mujeres -acabaremos montando el carnaval de invierno- y que al fin se disfrazarán de hombres componiendo una extraña figura de mujer barbuda. Cualquier día el niño Jesús será niña por la cosa de la igualdad y veremos, que ya se ha visto en algún lugar, un portal de belén con dos papás o dos mamás.
Que nos están dando por todos lados es evidente. Vázquez de Mella, católico convencido, político, escritor, con una extensísima obra que ocupa más de treinta volúmenes, se ha quedado sin su plaza, que para eso era conservador, y que hoy lleva el nombre de Pedro Zerolo.
Lo único que esta oleada de laicismo soporta de la Iglesia es que la Iglesia deje de ser tal, omita el nombre de Dios, calle los mandamientos, esconda el culto que solo a Dios le es debido, y se transforme en una organización benéfica sin más, y todo esto gracias a los católicos capaces de olvidar su fe a cambio del plato de lentejas de una sonrisa y dos fotos.
Me da que estamos buscando demasiado el aplauso del mundo a base de convertir la fe en Cristo, el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne, en un conjunto de palabras buenistas tan sonoras como vacuas: respeto, comprensión, solidaridad con todos, acogida, entendimiento, que triunfen la paz y la armonía universales.
¿Dónde queda la conversión a Cristo, superar el antiguo pecado, acoger la Palabra que nos hace hijos de Dios? ¿Dónde la llamada a transformar la vida, dónde el sacrificio de la propia vida por fidelidad a Cristo y a la Iglesia?
Ya ven qué cosas se me ocurren en el día en que celebro mi 36 aniversario de ordenación sacerdotal. Ya me lo dicen algunos que me quieren bien: has emprendido el camino de la nada y te estás empeñando en “hacer” amigos. Debe ser, pero ser sacerdote de Jesucristo para limitarte a decir que Dios es bueno, muy bueno y sonreír a la prensa, como que se me hace poco.
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