681 + Durante los tormentos más
duros fijo mi mirada en Jesús crucificado; no espero ayuda de parte de los
hombres, sino que tengo mi confianza en Dios; en su insondable misericordia
está toda mi esperanza.
682
+ Cuanto más siento que Dios me
transforma, tanto más deseo sumergirme en el silencio. El amor de Dios realiza su obra en lo
profundo de mi alma, veo que empieza mi misión, la que me ha encomendado el
Señor.
683 + Una vez, cuando rogaba mucho
a los santos jesuitas, de repente vi al Ángel custodio que me llevó delante del
trono de Dios; pasé (126) entre grandes huestes de santos, reconocí a muchos
por sus imágenes; vi a muchos jesuitas que me preguntaron: ¿De qué Congregación es esta alma? Cuando les contesté, preguntaron: ¿Quién es tu director? Contesté que el Padre Andrasz. Cuando quisieron seguir hablando, mi Ángel
Custodio hizo la señal de callar y pasé delante del trono mismo de Dios. Vi una claridad grande e inaccesible, vi el
lugar destinado para mí en la cercanía de Dios, pero cómo es, no sé, porque lo
cubría una nube, pero mi Ángel Custodio me dijo: Aquí
está tu trono, por la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
684
+ La Hora Santa. Jueves.
En aquella hora de plegaria Jesús me permitió entrar en el Cenáculo y
estuve presente durante lo que sucedió allí.
Sin embargo, lo que me conmovió más profundamente fue el momento [243]
antes de la consagración en que Jesús levantó (127) los ojos al cielo y entró
en un misterioso coloquio con su Padre.
Aquel momento lo conocemos debidamente sólo en la eternidad. Sus ojos eran como dos llamas, el rostro
resplandeciente, blanco como la nieve, todo su aspecto majestuoso, su alma
llena de nostalgia. En el momento de la
consagración descansó el amor saciado, el sacrificio completamente
cumplido. Ahora se cumplirá solamente la
ceremonia exterior de la muerte, la destrucción exterior, la esencia está en el
Cenáculo. En toda mi vida no tuve un
conocimiento tan profundo de este misterio como en aquella hora de
adoración. Oh, con qué ardor deseo que
el mundo entero conozca este misterio insondable.
685
Terminada la Hora Santa, cuando
fui a mi celda, conocí repentinamente cuánto Dios era ofendido por una persona
cercana a mi corazón. Al verlo, el dolor
traspasó mi alma, me arrojé en el polvo delante del Señor e imploré
misericordia. Durante dos horas,
llorando, rogando y flagelándome me opuse (128) al pecado, y conocí que la
Divina Misericordia envolvió a aquella pobre alma. Oh, cuánto cuesta un solo, único pecado.
686
+ Septiembre. El primer viernes. Por la noche vi a la Santísima Virgen con el
pecho descubierto, traspasado por una espada.
Lloraba lágrimas ardientes y nos protegía de un tremendo castigo de
Dios. Dios quiere infligirnos un
terrible castigo, pero no puede porque la Santísima virgen nos protege. Un miedo tremendo atravesó mi alma, ruego sin
cesar por Polonia, por mi querida Polonia que es tan poco agradecida a la
Santísima Virgen. Si no hubiera estado
la Santísima Virgen, para muy poco habrían servido nuestros esfuerzos. Multipliqué mi empeño en las plegarias y
sacrificios por mi querida patria, pero veía que era una gota frente a una
oleada del mal. ¿Cómo una gota puede
detener una oleada? Oh, si, una gota por
si sola es nada, pero Contigo, Jesús, con valor haré frente a toda la oleada
del mal e incluso (129) al infierno entero.
Tu omnipotencia puede todo.
687
En una ocasión, mientras iba
por el pasillo a la cocina, oí en el alma estas palabras: Reza
incesantemente esta coronilla que te he ensenado. Quienquiera que la rece recibirá gran
misericordia a la hora de la muerte. Los
sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza
esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia
infinita. Deseo que el mundo entero
conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que
confían en Mi misericordia.
688
Oh Jesús, Vida y Verdad,
Maestro mío, guía cada paso de mi vida para que proceda según Tu santa
voluntad.
689
(130) + Una vez, vi la sede del
Cordero de Dios y delante del trono a tres santos: Estanislao Kostka, Andrés Bobola y el
príncipe Casimiro que intercedían por Polonia.
De pronto vi un gran libro que estaba delante del trono y me dieron el
libro para que leyera. Aquel libro
estaba escrito con sangre; sin embargo, no pude leer nada más que el nombre de
Jesús. De repente oí una voz que me
dijo:
No ha llegado todavía tu hora.
Me quitó el libro y oí estas palabras:
Tú darás el testimonio de Mi
misericordia infinita. En este libro
están inscritas las almas que han venerado Mi misericordia. Me penetró una gran alegría viendo la
gran bondad de Dios.
690
+ Una vez conocí el estado de
dos hermanas religiosas que tras una orden de la Superiora murmuraban
interiormente y en consecuencia de esto Dios las privó de muchas gracias
particulares. (131) El dolor me estrujó
el corazón al verlo. Oh Jesús, qué triste
es cuando nosotros mismos somos la causa de la perdida de las gracias. Quien lo comprende permanece siempre fiel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario