Queridos hermanos:
Nosotros confesamos ante todo que “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”; desde ahí lo nuestro queda divinizado sin perder lo que tiene de humano y mundano. Los evangelios de la infancia hablan plásticamente de esa encarnación. Según la carta a los Hebrero, obra teológica de gran calado, Jesús entró en el mundo diciendo: “heme aquí, Padre, que vengo para hacer tu voluntad”; y la escena de su presentación en el templo visibiliza dicha actitud. Pero ese autoofrecimiento Jesús lo realiza en las condiciones humanas más corrientes: llevado por sus padres y en dependencia de ellos, es ofrecido a Yahvé según los ritos usados en el judaísmo. La encarnación implica pertenencia a una familia, una cultura, etc., y la fidelidad se vive desde ellas.
Jesús es presentado como aquel que, si es acogido en nuestros brazos, colma nuestras esperanzas: “mis ojos ya lo han visto” (=ya puedo retirarme). En la intención del evangelista subyace una interpelación al pueblo judío: “no esperéis otro Mesías; uno de vuestros sabios y santos ya ha reconocido que es Jesús”. Y para nosotros tiene su propia traducción: no pongamos nuestra esperanza en lo que no la merece; uno sólo es nuestro Salvador; no lo será el dinero, ni el éxito político o profesional, ni el prestigio… El Bautista enviará emisarios a preguntar a Jesús: “¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?”. Y Jesús da una respuesta definitiva, válida para nosotros hoy.
Pero debemos alargar la mirada mucho más allá de las esperanzas judías, como ya lo hacemos. Ellas nos dieron el concepto de Mesías o Ungido (=Cristo), que seguimos usando. Pero Jesús hace estallar todas las barreras del judaísmo y de la Iglesia; por ello Simeón le declara no sólo “gloria de Israel” (¡que lo es!), sino también “luz para alumbrar a las naciones”. Aquí radica la vocación y actividad misionera de la Iglesia.
Sigamos leyendo. El evangelista sabe cuál fue la relación de Jesús con su pueblo y el desenlace de su oferta mesiánica. Y lo predice por boca de Simeón, en palabras sombrías: por causa de Jesús unos se levantarán y otros caerán. Jesús, el que es y trae la buena noticia, resulta una “bandera discutida”; el que es y trae el “consuelo” de Israel, trae también la espada; impulsa y estimula, no viene al mundo para que todo siga igual. Y, si lo nuestro es opción por la comodidad y perezosa rutina, su llamada nos causa “sarpullido” y nos coloca en una situación de crisis de la que hay que intentar salir airosos.
Sería un pecado aguar las fiestas navideñas; comparto plenamente la afirmación de Lutero de que “el gozo es el birrete doctoral de la fe” (M. Lutero). Pero Navidad es mucho más que pandereta y castañuelas. La propuesta evangélica, siempre alegre y entusiasta, lleva consigo una ineludible dosis de “seriedad”; a veces, de “incomodidad”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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