Empecemos reconociendo el significado de la palabra Navidad. Al respecto, conviene precisar de inmediato que se trata de una fiesta cristiana y, en consecuencia, el centro de la misma es –o debiera ser – Cristo. Lo que celebramos es un hecho, el nacimiento de nuestro Salvador, lo que además nos recuerda la importancia de respetar el derecho a la vida de todos los seres humanos por igual, porque nunca sabremos las grandes cosas que puede llegar a hacer. Una persona cambió el mundo y eso es el centro de nuestra alegría en esta fecha.
El materialismo se ha impuesto en la mentalidad de las personas y las ha convencido de que la forma de regalar a los demás es entregando cosas materiales, mientras que el ejemplo que nos deja Cristo en la cruz es que la mejor forma de entregar algo a alguien es entregándose y que el regalo más preciado a otro es el de sí mismo. La cultura moderna, que nos vende una riqueza material como parámetro de éxito, lo que hace es más bien fomentar nuestra pobreza espiritual y no hay fracaso personal o social más grande que ese.
El individualismo es apoyado e incentivado por la publicidad de las empresas para vender sus productos, haciendo que esta fiesta se pervierta a tal punto que penetre en otros ámbitos a la sociedad como, por ejemplo, con la promoción del aborto.
¿Que la publicidad navideña promueve el aborto? En efecto, de forma indirecta lo hace. Cuando se habla del supuesto “derecho a decidir” de la mujer sin considerar la voluntad de su hijo, del padre o de la familia completa, se subyuga la vida del bebé y el bienestar de la familia a la voluntad individual carente de todo límite, afectando de forma grave la dignidad del ser humano. Y todo partiendo de la base del mismo individualismo promovido en estas fechas.
De esta forma, al caer en las redes del consumo desmedido caemos también en las fauces del demonio y, en vez de restringir el avance que ha tenido el progresismo, le estamos abriendo las puertas de par en par, abonando una vez más la confusión entre libertad y libertinaje. El hombre sólo puede ser libre en la medida que respeta a quienes le rodean. No es correcto hablar de una verdadera evolución si estamos dispuestos a transar nuestros valores, llegando incluso a un decaimiento de nuestro avance cultural; los valores son para desarrollarlos en nuestro beneficio, no para pervertirlos en nuestro perjuicio. Esto es lo que el Papa Francisco ha denominado las “formas modernas de esclavitud”: estamos llamados a liberarnos del yugo del consumo y de este materialismo exacerbado.
Con esto, los católicos no afirmamos que los regalos estén mal, sólo enfatizamos que no son lo más importante, ni el sentido mismo de la fiesta, ni debieran formar parte del centro de nuestras preocupaciones en estos días. Vivimos en un tiempo en que las personas llevan un ritmo de vida cada vez más acelerado y esto genera altos niveles de estrés, pero el error que cometen es precisamente vivir preocupados de temas que no son importantes (como el “¿qué voy a regalar?”) en vez de ocuparse de lo que de verdad importa: la santidad y el amor al prójimo. Por una parte, es necesario disponer el corazón con humildad para dejarnos conducir por el Espíritu Santo y, por otra, amar a todos sin medida; esas son las claves para alcanzar la verdadera felicidad, aquella que no está de oferta en las tiendas.
María Paz CorreaFundación Soñando Chile
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