701 Un día me sentía muy mal y fui
al trabajo, pero en cada instante me parecía que iba a desmayarme; y el calor
era tan grande que incluso sin trabajo uno no soportaba (14) aquel calor, sin
hablar ya de si trabajaba y estaba doliente.
Así, antes del mediodía, interrumpí el trabajo y miré hacia el cielo con
gran confianza y le dije al Señor: Jesús, cubre el sol porque ya no soporto más
este calor y una cosa rara, en aquel mismo instante, una nubecita blanca cubrió
el sol y a partir de aquel momento ya no hacía tanto calor. Cuando, un momento después, empecé a
reprocharme por no haber soportado el calor y por haber pedido el alivio, Jesús
Mismo me tranquilizó.
702 13 de agosto de 1936. Esta noche me penetra la presencia de Dios,
en un solo instante conozca la gran santidad de Dios. Oh, cómo me oprime esta grandeza de Dios, ya
que al mismo tiempo conozco todo mi abismo y mi nulidad. Es un gran tormento, porque al conocimiento
sigue el amor. El alma se lanza con
ímpetu hacia Dios y se encuentran de frente dos amores: el Creador y la criatura; (141) una gotita
quiere medirse con el océano. En un
primer momento la gota quisiera encerrar en sí este océano ilimitado, pero en el
mismo instante conoce que es una gotita y entonces queda vencida, pasa toda a
Dios como una gota al océano…. Al iniciarse aquel momento es un tormento, pero
tan dulce que el alma, experimentándolo, es feliz.
703
Actualmente hago un examen de
conciencia particular: unirme con Cristo
Misericordioso. Este ejercicio me da una
fuerza misteriosa, el corazón está siempre unido a Aquel que desea, y las
acciones reguladas por la misericordia que brota del amor.
704
Paso cada momento libre a los
pies de Dios escondido. Él es mi
Maestro, le pregunto todo, con Él hablo de todo, de allí saco fuerza y luz,
allí aprendo todo, de allí me llegan las luces sobre el modo de comportarme con
el prójimo. Desde el momento en que
(142) Salí del noviciado, me encerré en el tabernáculo con Jesús, mi
Maestro. Él Mismo me atrajo a este fuego
de amor vivo, alrededor del cual se concentra todo.
705 25 IX. Padezco sufrimientos en las manos, los pies y
el costado, en los lugares que Jesús tenía traspasados. Experimento particularmente estos
sufrimientos cuando me encuentro con un alma que no está en el estado de
gracia; entonces rezo ardientemente que la Divina Misericordia envuelva a
aquella alma.
706
29 IX. En el día de San Miguel Arcángel vi a este
gran guía junto a mí que me dijo estas palabras: El
Señor me recomendó tener un cuidado especial de ti. Has de saber que eres odiada por el mal, pero
no temas. ¡Quién como Dios! Y desapareció. Sin embargo siento su presencia y su ayuda.
707
(143) 2 X 1936. El primer viernes del mes. Después de la Santa Comunión, de repente vi a
Jesús que me dijo estas palabras: Ahora sé que no Me amás por las gracias ni
por los dones, sino porque Mi voluntad te es más querida que la vida. Por eso Me uno a ti tan estrechamente como a
ninguna otra criatura.
708
En aquel momento Jesús
desapareció. La presencia de Dios inundó
mi alma; sé que estoy bajo la mirada de este Soberano. Me sumergí totalmente en el gozo que mana de
Dios. El día entero viví sumergida en
Dios, sin ningún intervalo. Por la
noche, entré en una especie de desmayo, y en una extraña forma de agonía; mi
amor deseaba ser igual al amor de aquel Soberano; estaba atraída hacia Él tan
violentamente que, sin una gracia especial de Dios, era imposible soportar en
esta vida tanta inmensidad de la gracia.
Pero veo claramente que Jesús Mismo me sostiene y me fortifica y me hace
capaz de relacionarme con Él. En esto el
alma es activa de modo singular.
709
(144) 3 X 1936. Hoy, mientras rezaba el rosario, vi de
repente el copón con el Santísimo Sacramento.
El copón estaba descubierto y con bastantes Hostias. Desde el copón salió una voz: Estas
Hostias fueron recibidas por las almas convertidas con tus plegarias y tu
sufrimiento. En aquel momento sentí
la presencia de Dios como una niña, me sentía extrañamente una niña.
710
Un día sentí que no aguantaría
estar de pie hasta la nueve y pedí a la Hermana N. darme algo de comer porque
iba a acostarme antes, ya que me sentía mal.
La Hermana N. me contestó: Usted,
hermana, no está enferma; han querido darle simplemente un descanso y por eso
han fingido la enfermedad. Oh Jesús mío,
pensar que la enfermedad ha avanzado hasta tal punto que el medico me ha
separado de las demás hermanas [246] para que no se contagien, y he aquí cómo
uno es juzgado. Pero está bien así, todo
es para Ti, Jesús mío. No quiero
escribir mucho de las cosas exteriores porque no son ellas el motivo para (145)
escribir; yo deseo particularmente tomar nota de las gracias que el Señor me
concede, porque ellas no son solamente para mí, sino para muchas almas.
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