Queridos Hermanos:
Hoy se nos amontonan los motivos de reflexión. La Iglesia cambió hace años la denominación de esta fiesta, que ya no de la circuncisión del Señor sino de la maternidad de María.
Poco sabemos acerca de cómo vivió María su sublime misión; en realidad, lo que hoy el evangelista nos dice de ella lo decían o dicen nuestras madres de sí mismas: guardaron en su interior (corazón) nuestras primeras expresiones, travesuras, ocurrencias, y lo que algunas personas decían de nosotros. A todo ello le dieron muchas vueltas, y, cuando nos hicimos mayores, nos lo contaban repetidas veces. Pero el evangelista no quiere decir una obviedad; invita a cada creyente a mirar a Jesús en profundidad, a grabar sus gestos y actitudes, retener sus palabras, asimilar su proyecto. La actitud de María debe ser la actitud de la Iglesia de todos los tiempos.
Junto al evangelista, conviene que escuchemos con atención a San Pablo: el Hijo nació en forma humana (de mujer) para que nosotros participemos en su filiación divina.
Al acoger a Cristo encarnado nos hacemos “parte de él” y podemos invocar al Padre con la expresión inefable, casi intraducible, con que lo hace Él: “Abbá”. Los gálatas no sabían arameo, pero Pablo quiso que conservasen la palabra aramea, como la pronunciaba Jesús. Es otro modo de decirnos lo que leíamos ayer en el prólogo del IV evangelio: “a quienes le acogieron les dio la capacidad de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Jesús no vino al mundo para pasearse exhibiendo su grandeza, sino para hacernos partícipes de ella.
La primera lectura nos hace conscientes de estar en un comienzo (“Año Nuevo”), de echar a andar conscientes de la bendición y providente benevolencia de ese Abbá para con nosotros, que en su Hijo nos lo da todo, que a través de él hace brillar su rostro sobre nosotros y nos concede su paz. Esto es exactamente lo que San Pablo afirma de los creyentes en cada una de sus cartas: “gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre”; la mirada del Padre, su “rostro”, produce paz. Hace algunas décadas, el beato Pablo VI declaró el 1 de enero como Día Mundial de la Paz; nuestro echar a andar podría ir guiado por las palabras con que se iniciaban las procesiones: “procedamus in pace”.
En este primer día del año hagamos un pequeño proyecto: el de la contemplación gozosa y habitual de nuestra grandeza, no conquistada sino regalada. Intentemos “guardar estas cosas meditándolas en nuestro corazón”, disfrutar de la paternal mirada de nuestro Dios Abbá, caminar junto a él llenos de la paz que su compañía produce.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
No hay comentarios:
Publicar un comentario