Queridos amigos y amigas:
Comienza la cuenta atrás. Una semana para celebrar el misterio del Dios-con-nosotros. La Natividad. El nacimiento. Que también puede ser tu re-nacimiento. En Él y con Él.
El Evangelio de hoy consiste en una larga lista de nombres que remiten a los antepasados de Jesús. Ante ese relato, me surgen varias intuiciones.
La primera: que somos fruto de una historia. Ninguno nos hemos creado a nosotros mismos. Lo que somos, viene de otros, del Otro. Lo mejor de la vida es recibido. Y cuando Dios quiere hacerse parte de nuestra historia, entronca en esa sucesión humana, como cada uno de nosotros. Un buen principio.
La segunda: que cada uno de nosotros tenemos algo que aportar en la historia de la humanidad. Uno podría pensar que esa aportación es muy insignificante: con todos los hombres y mujeres, a lo largo de los siglos… ¿qué puede aportar uno? Decía la madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Y es verdad. Cuando en una familia falta alguien, se nota. Porque cada uno aportamos algo que no pueden aportar los demás. Pues así en la gran familia de la humanidad: cada uno estamos llamados a aportar algo único e irrepetible. Y lo que no hagamos nosotros, nadie lo va a hacer por nosotros. Esa es nuestra vocación personal. A descubrir y a realizar.
En esta octava previa a la Navidad, pídele al Señor re-nacer en Él y con Él. Que te muestre su camino, si aún no lo tienes claro: ¿qué puedes hacer tú en esa historia de la humanidad? No excluyas ninguna opción. Lo que Él quiera de ti. Porque será para tu bien y para el bien de otros. Y si ya estás recorriendo un camino, pídele ser fiel y generoso. Como María. La mujer que le dijo al Señor: “Hágase en mí, según tu Palabra”… y que, en su camino, permaneció hasta el pie de la Cruz.
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