Termina la segunda semana de Adviento y conviene tener una cierta claridad sobre lo que estamos celebrando/esperando. No vaya a ser que tanto hablar de que estamos esperando al Señor, a nuestro Salvador, y cuando venga se pase por delante de nuestros ojos sin que nos demos cuenta de que es él. Ya nos dice el Evangelio que eso les pasó a los judíos con Elías. Mucho decir que tenía que venir antes del Mesías, pero resulta que, como dice Jesús, Elías ya vino y se fue y los que tanto hablaban de él ni se enteraron de su paso.
Nosotros decimos que esperamos al Mesías. Pero tenemos que tener los ojos bien abiertos porque este Mesías casi seguro que no es como nos lo imaginamos. La gente importante de nuestro mundo suele anunciar con tiempo su llegada. Se hace acompañar de fuertes medidas de seguridad. Utiliza buenos coches o buenos aviones. Va bien vestida. Los periodistas les esperan para hacerles entrevistas y los fotógrafos se pegan por conseguir las mejores imágenes.
Pero lo de Jesús fue diferente. Dicen que nació de una desconocida doncella galilea. Se sabe poco de ella. Lo más que terminó dando a luz en una cueva/pesebre de las afueras de Belén. Y no fue a dar a luz allí por romanticismo sino por una razón mucho más prosaica: no hubo sitio para ellos en la posada. Y no sabemos si no les dieron sitio porque ya estaba llena o, también es posible, porque les vieron demasiado pobres como poder pagar por la posada. Cuando el niño creció se convirtió en un hombre muy normal –treinta años o más de artesano carpintero– y luego predicador por los caminos pero siempre alejado de los centros de poder y en conflicto con ellos. Lo suyo fueron los pobres, los marginados, los leprosos, los enfermos varios. Quizá si hubiésemos vivido en aquel tiempo no habríamos reconocido en él al Mesías salvador.
Y hoy, veinte siglos después, nos dice que está en todo hombre o mujer que sufre el dolor, la injusticia, el abandono, la marginación... Y que allí donde están dos o tres reunidos en su nombre, él está en medio de ellos. Así que agucemos la vista y los demás sentidos, para reconocerle en lo más sencillo y humilde de nuestro mundo.
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