591 (55) Oh Jesús, Tu sabes cuán ardiente es mi deseo
de esconderme para que nadie me conozca, excepto Tu dulcísimo Corazón. Deseo ser una violeta pequeñita escondida
entre las hierbas, desconocida en un magnifico jardín cerrado, donde crecen
esplendidas rosas, y lirios. La bella
rosa y el maravilloso lirio se dejan ver desde lejos, pero para ver la violeta
pequeña hay que encorvarse mucho, sólo su perfume permite descubrirla. Oh, cuanto me alegro de poder esconderme
así. Oh mi Esposo divino, para Ti son la
flor de mi corazón y el perfume del amor puro.
Mi alma se ha ahogado en Ti, Dios eterno, desde el momento en que Tu
Mismo me has atraído hacia Ti; oh Jesús
592 mío, cuanto más Te conozco,
tanto más ardientemente Te deseo. Conocí
en el Corazón de Jesús, que para las almas elegidas en el cielo mismo hay otro
cielo al que no todos tienen acceso sino solamente las almas elegidas. Una felicidad inconcebible en la que será
sumergida el alma. Oh Dios mío, es que
no logro describirlo ni siquiera en una mínima parte. (56) Las almas están
penetradas por su divinidad, pasan de claridad en claridad, luz inmutable, pero
nunca monótona, siempre nueva, y que no cambia nunca. Oh Santa Trinidad, déjate conocer a las
almas.
593 Oh Jesús mío, no hay nada mejor
para un alma que las humillaciones. En
el desprecio está el secreto de la felicidad; cuando el alma llega a conocer
que es una nulidad, la miseria personificada y que todo lo que tiene de bueno
en si misma, es exclusivamente don de Dios, cuando el alma ve que todo lo que
tiene en si le ha sido dado gratuitamente y que de si tiene solamente la
miseria, esto la mantiene continuamente humilde delante de la Majestad de Dios y
Dios, viendo tal disposición del alma, la persigue con sus gracias. Cuando el alma se hunde en el abismo de su
miseria, Dios hace uso de su omnipotencia para enaltecerla. Si hay en la tierra un alma verdaderamente
feliz, ésta es solamente (57) un alma verdaderamente humilde. Al principio el amor propio sufre mucho a
causa de eso, pero si el alma enfrenta valerosamente repetidos combates, Dios
le concede mucha luz en la que ella ve lo miserable y engañoso que es todo. En su corazón esta solamente Dios; un alma
humilde no confía a si misma, sino que pone su confianza en Dios. Dios defiende al alma humilde y Él Mismo se
introduce en las cosas de ella y entonces el alma permanece en máxima felicidad
que nadie puede comprender.
594 Una noche vino a mi una de las
hermanas difuntas que ya antes había venido a verme algunas veces; la primera
vez la vi en un estado de gran sufrimiento, después los sufrimientos eran cada
vez menores y aquella noche, la vi resplandeciente de felicidad y me dijo que
ya estaba en el paraíso; y me dijo que Dios (58) probó esta casa con aquella
tribulación porque la Madre General había dudado, no prestando fe a lo que yo
había dicho de esta alma. Pero ahora,
como signo de que sólo ahora está en el cielo, Dios bendecirá esta casa. Luego se acercó a mí y me abrazó cordialmente
y dijo: Tengo que irme ya. Comprendí lo estrecha que es la unión entre
estas tres etapas de la vida de las almas, es decir, la tierra, el purgatorio,
el cielo.
595 Noté muchas veces que Dios
somete a pruebas a algunas personas porque, según me dice, no le agrada la
incredulidad. Una vez, al ver que Dios
sometió a prueba a un arzobispo que estaba mal dispuesto y no creía en esta
causa [213]… me dio lastima y pedí a Dios por él y el Señor le dio alivio. A Dios le desagrada mucho la desconfianza y
por eso algunas almas pierden muchas gracias.
La desconfianza (59) de un alma hiere su dulcísimo Corazón que está
lleno de bondad y de amor inconcebible hacia nosotros; porque es grande la
diferencia entre el deber del sacerdote que a veces no debe creer, pero para
convencerse más profundamente de la veracidad de los dones o de las gracias en
cierta alma, y cuando lo hace para guiar mejor a un alma y empujarla hacia una
más profunda unión con dios; será grande e incalculable su recompensa por
ello. Pero menospreciar y desconfiar de
las gracias de Dios en un alma por no poder penetrarlas ni entenderlas, esto no
agrada al Señor. Siento mucho por las
almas que se encuentran con sacerdotes inexpertos.
596
Una vez un sacerdote [214] me
pidió que rogara según su intención; prometí rogar y pedí una
mortificación. Cuando recibí el permiso
para (60) cierta mortificación, sentí en el alma el deseo de ceder en aquel día
a aquel sacerdote todas las gracias que la bondad de Dios me había destinado y
pedí a Jesús que se dignara destinarme todos los sufrimientos y todas las
tribulaciones exteriores e interiores que aquel sacerdote iba a soportar aquel
día. Dios aceptó en parte este deseo mío
y en seguida, sin saber de dónde, empezaron a surgir distintas dificultades y
contrariedades hasta tal punto que una de las hermanas dijo en voz alta estas
palabras: El Señor Jesús debe tener
algún plan en que todos ejerciten a Sor Faustina. Los hechos referidos eran tan sin fundamento
que algunas hermanas los afirmaban y otras los negaban, mientras yo, en
silencio, me ofrecía por aquel sacerdote.
Pero eso no fue todo; tuve sufrimientos interiores. Primero me dominó y una aversión hacia las
hermanas, luego comenzó a atormentarme una extraña inseguridad (61), no logré
concentrarme para rezar, varias cuestiones pasaban por mi cabeza causándome
preocupaciones. Cuando cansada entré en
la capilla, un extraño dolor estrechó mi alma y empecé a llorar
silenciosamente; entonces oí en el alma esta voz: Hija
Mía, ¿Por qué lloras? Si tu misma te has ofrecido a este sufrimiento; debes
saber que lo que tú has recibido por aquella alma es una parte muy
pequeña. El sufre todavía más. Y le pregunté al Señor: ¿Por qué Te comportas con él de este
modo? El Señor me contestó que por la
triple corona que le era destinada: la de la virginidad, del sacerdocio y del
martirio. En aquel momento una gran
alegría dominó mi alma al ver una gran gloria que él recibiría en el cielo. Entonces recé el Te Deum [215] por esta singular gracia de Dios, es decir, por haber
conocido que Dios se comporta así con aquellos a los cuales desea tener cerca
de Él. Pues, nada son todos los
sufrimientos en comparación con lo que nos espera en el cielo.
597
(62) Un día, después de nuestra
Santa Misa, vi de repente a mi confesor [216] celebrando la Santa Misa en la
iglesia de San Miguel delante de la imagen de Nuestra Señora. Estaba en el ofertorio de la Santa Misa y vi
al pequeño Niño Jesús que se estrechaba a él como si estuviera huyendo de algo,
en él buscando refugio. Pero al llegar
el momento de la Santa Comunión, desapareció como siempre. De repente vi a la Santísima Virgen que lo
cubrió con su manto y dijo: Ánimo, Hijo mío; valor, Hijo mío. Y dijo algo más que yo no alcancé oír.
598 Oh, qué ardiente es mi deseo de
que cada alma glorifique Tu misericordia.
Feliz el alma que invoca la misericordia del Señor; experimentará lo que
ha dicho el Señor, es decir, que la defenderá como su gloria, ¿y quién se
atraverá a luchar contra Dios? Que toda
alma exalta la misericordia del Señor (63) con la confianza en su misericordia,
durante toda su vida y especialmente en la hora de la muerte. Alma querida, no tengas miedo de nada,
quienquiera que seas; y cuanto más grande es el pecador, tanto mayor derecho
tiene a Tu misericordia, Señor. Oh
bondad inconcebible, Dios es el primero en humillarse hacia el pecador. Oh Jesús, deseo glorificar Tu misericordia
para miles de almas. Yo sé bien, oh
Jesús, que debo hablar a las almas de Tu bondad, de Tu inconcebible misericordia.
599
En cierta ocasión una persona
me pidió rogar por ella; cuando me encontré con el Señor, le dije estas
palabras: Jesús, yo amo particularmente
las almas a las que amás Tú. Y Jesús me
contestó con estas palabras: Y Yo concedo gracias particulares a las
almas por las cuales tú intercedes delante de Mi.
600
Jesús me defiende de manera
misteriosa, de verdad, es una gran gracia de Dios que experimento desde hace
mucho tiempo.
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