611 Oh Jesús mío, Te ruego por la
bondad de Tu dulcísimo Corazón, que se calme Tu ira y muéstranos Tu
misericordia. Que Tus heridas sean
nuestro escudo ante la justicia (72) de Tu Padre. Te conocí, oh Dios, como una Fuente de
Misericordia con que se anima y alimenta cada alma. Oh, qué grande es la misericordia del Señor,
por encima de todos sus atributos; la misericordia es el mayor atributo de
Dios, todo lo que me rodea, me habla de ello.
La misericordia es la vida de las almas, su compasión es
inagotable. Oh Señor, míranos y trátanos
según Tu piedad infinita, según Tu gran misericordia.
612
Una vez tenía dudas de si lo
que me había sucedido, no hubiese ofendido gravemente a Jesús. Como no lograba darme cuenta de ello, decidí
no acercarme a la Santa Comunión antes de confesarme, aunque en seguida hice un
acto de contrición, porque tengo la costumbre de que después de la menor falta,
me ejercito en la contrición. En los
días en que no me acercaba a la Santa Comunión (73) no sentía la presencia de
Dios, sufría indeciblemente a cause de esto, pero lo soportaba como el castigo
por el pecado. Sin embargo durante la
confesión recibí una amonestación, que podía acercarme a la Santa Comunión, ya
que lo que me había sucedido no era un impedimento para recibir la Santa
Comunión. Después de la confesión recibí
la Santa Comunión, y vi a Jesús que me dijo estas palabras: Has de
saber, hija Mía, que no uniéndote a Mi en la Santa Comunión Me ha desagradado
más que [cometiendo] aquella pequeña
falta.
613
Un día vi una pequeña capilla y
dentro de ella seis hermanas que estaban recibiendo la Santa Comunión,
administrada por nuestro confesor vestido con un sobrepelliz y una estola
[223]. En aquella capilla no había ni
adornos ni reclinatorios; después de la Santa Comunión vi al Señor Jesús como
aparece en la imagen. Jesús estaba
caminando y yo llamé: ¿Señor, cómo
puedes pasar y no decirme nada? Yo (74)
no haré nada sin Ti, tienes que quedarte conmigo y bendecirme a mi y a esta
Comunidad y a mi patria. Jesús hizo la
señal de la cruz y dijo: No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo.
614 Los dos últimos días antes de
la Cuaresma, junto con las alumnas [224], tuvimos una hora de adoración
reparadora. Durante ambas horas vi al
Señor Jesús con el aspecto que tuvo después de la flagelación; el dolor que
estrechó mi alma era tan grande que tenía la sensación de experimentar todos
estos tormentos en mi propio cuerpo y en mi propia alma.
615 1 III 1936. Ese día durante la Santa Misa me envolvió una
extraña fuerza y un impulso para que me pusiera a realizar los deseos de Dios
[225]. Me vino una comprensión tan clara
de las cosas que el Señor exigía de mi que, verdaderamente, si dijera, o sea,
me justificara (75) diciendo que no comprendía algo de lo que el Señor exigía
de mi, mentiría. Porque el Señor me da a
conocer su voluntad explicita y claramente y en estas cosas no tengo ni una
sombra de duda. Y comprendí que seria la
ingratitud más grande diferir más esta cuestión que el Señor quiere realizar
para su gloria y para el provecho de un gran número de almas y se sirve de mí
como de un miserable instrumento por el cual ha de realizar sus eternos planes
de misericordia. De verdad, seria muy
ingrata mi alma si se opusiera más tiempo a la voluntad de Dios. Ya nada me detiene en esto: ni la persecución, ni el sufrimiento, ni el
escarnio, ni las amenazas, ni las suplicas, ni el hambre, ni el frío, ni las
lisonjas, ni las amistades, ni las contrariedades, ni los amigos, ni los
enemigos, ni las cosas que estoy viviendo ahora, ni las cosas que vendrán, ni
el odio del infierno nada me impedirá cumplir la voluntad de Dios. Ya nada me detiene en esto; ni la
persecución, ni el sufrimiento, ni el escarnio, ni las amenazas, ni las
suplicas, ni el hambre, ni el frío, ni las lisonjas ni las amistades, ni las
contrariedades, ni los amigos, ni los enemigos, ni las cosas que estoy viviendo
ahora, ni las cosas que vendrán, ni el odio del infierno nada me impedirá
cumplir la voluntad de Dios. (76) No me apoyo en mis propias fuerzas, sino en
su omnipotencia, porque si me ha dado la gracia de conocer su santa voluntad,
asimismo me concederá la gracia de poder cumplirla. No puedo dejar de decir cuánto se opone a
esta aspiración mi propia naturaleza despreciable que se presente con sus
ambiciones, y a veces en mi alma se arma una lucha tan grande que, como Jesús
en el Huerto de los Olivos, también yo grito al Padre eterno: Si es posible aleja de mi este cáliz, pero no
como yo quiero sino como Tu quieres, oh Señor, que se haga Tu voluntad. No es un secreto para mi todo lo que tendré
que pasar, pero con pleno conocimiento acepto todo lo que me enviarás, Señor. Confío en Ti, Dios misericordioso y deseo ser
la primera en mostrar la confianza que exiges de las almas. Oh Verdad eterna, ayúdame e ilumina en el
camino de la vida y haz que se cumpla en mi Tu voluntad.
(77) No deseo nada sin cumplir Tu voluntad, Dios mío; no importa si
me será fácil o difícil. Siento que una
fuerza misteriosa me empuja a obrar, me detiene una sola cosa, la santa
obediencia. Oh Jesús mío, me apremias y
por otra parte me retienes y frenas. Oh
Jesús mío, pero en esto también se haga Tu voluntad. En tal estado permanecí durante algunos días,
sin interrupción; las fuerzas físicas disminuyeron y aunque no decía nada a
nadie, la Madre Superiora [226] notó mi sufrimiento y dijo: He notado que usted, hermana, está cambiada y
muy pálida. Me recomendó acostarme más
temprano y dormir más tiempo y mandó traerme un vaso de leche caliente por las
noches. Su corazón cariñoso y
verdaderamente materno deseaba ayudarme, pero las cosas (78) exteriores no
influyen en los sufrimientos del espíritu y no alivian mucho. En el confesionario sacaba fuerzas y consuelo
de que ya no esperaría mucho para ponerme a la obra.
616
El jueves, cuando iba a la
celda, encima de mi vi la Sagrada Hostia en un gran resplandor. De repente oí la voz que me parecía salir
desde arriba de la Hostia: En ella está tu fuerza, ella te
defenderá. Después de estas palabras
la visión desapareció, pero en mi alma entró una fuerza y alguna luz misteriosa
sobre en qué consiste nuestro amor hacia Dios; precisamente en cumplir la
voluntad de Dios.
617 Oh Santa Trinidad, Dios eterno,
deseo resplandecer en la corona de Tu misericordia como una piedra pequeñita
cuya belleza depende de la luz (79) de Tu rayo y de Tu misericordia
inconcebible. Todo lo que hay de bello
en mi alma, es Tuyo, oh Dios; yo de por mi siempre soy nade.
618
Al comienzo de la Cuaresma pedí
a mi confesor una mortificación para aquel periodo cuaresmal y recibí la de no
reducirme los alimentos, sino de meditar durante las comidas sobre cómo Jesús
en la cruz aceptó el vinagre con hiel:
seria una mortificación. No sabia
que de ella sacaría un provecho tan grande para mi alma. El provecho consistía en que meditaba
continuamente su dolorosa Pasión y cuando estaba comiendo, no distinguía lo que
comía sino que estaba ocupada por la muerte de mi Señor.
619
Al comienzo de la Cuaresma pedí
también el cambio del examen particular de conciencia y recibí esto: que todo lo que iba a hacer, lo haría con
pura intención de reparación por los pecadores.
(80) Esto me mantiene en una
continua unión con Dios y esta intención hace más perfectas mis obras, ya que
todo lo que hago, lo hago por las almas inmortales. Todas las penas y todas las fatigas son nada
cuando pienso que sirven para reconciliar las almas pecadoras con Dios.
620
María [es] mi instructora que
me enseña siempre cómo vivir para Dios.
Mi espíritu resplandece en Tu dulzura y humildad, oh María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario