551
Cada una debería tener un
gran amor hacia la Iglesia. Como una
buena hija que ama a su madre y reza por ella, así cada alma cristiana debe
rezar por la Iglesia que para ella es madre.
¿Y qué decir de nosotras, las religiosas, que nos hemos comprometido
particularmente a rezar por la Iglesia?
Pues, qué grande es nuestro apostolado aunque tan escondido. Estas pequeñas cosas de cada día serán
depositadas a los pies de Jesús como una ofrenda de imploración por el mundo;
pero para (22) que la ofrenda sea agradable a Dios, tiene que ser pura; para
que la ofrenda sea pura, el corazón tiene que liberarse de todos los apegos
naturales y dirigir todos los sentimientos hacia el Creador, amando en Él a
todas las criaturas, según su santa voluntad.
Y si cada una se comporta así, en el espíritu de fervor, le
proporcionará alegría a la Iglesia.
552 Además de los votos veo una
regla importantísima; aunque todas son importantes, ésta la pongo en el primer
lugar y es el silencio. De verdad, si
esta regla fuera observada rigurosamente, yo estaría tranquila por las
demás. Las mujeres tienen una gran
inclinación a hablar. De verdad, el
Espíritu Santo no habla a un alma distraída y charlatana, sino que, por medio
de sus silenciosas inspiraciones, habla a un alma recogida, a un alma
silenciosa. Si se observara
rigurosamente el silencio, no habría murmuraciones, amarguras, maledicencias,
chismes, no seria tan maltratado el amor (23) del prójimo, en una palabra,
muchas faltas se evitarían. Los labios
callados son el oro puro y dan testimonio de la santidad interior.
553
Pero en seguida quiero
hablar de otra regla, es decir del hablar.
Callar cuando se debe halar, es una imperfección y a veces hasta un
pecado. Así, que todas tomen parte en el
recreo, y que la Superiora no exima a las hermanas del recreo, si no es por
alguna razón muy importante. Los recreos
deben ser alegres en el espíritu de Dios.
Los recreos nos dan la oportunidad de conocernos mejor; que cada una
exprese su opinión con sencillez para edificar a las demás y no en el espíritu
de alguna superioridad ni, Dios nos libre, para reñir. Eso no correspondería con la perfección ni
con el espíritu de nuestra vocación que debe distinguirse por el amor. Dos veces al día habrá recreos de media
hora. Pero si alguna hermana interrumpe
el silencio (24) tiene la obligación de acusarse en seguida ante la Superiora y
pedir la penitencia que la Superiora, por esa falta, aplique una penitencia
pública y si no fuera así, ella misma respondería ante el Señor.
554
Sobre la clausura
[199]. En los lugares delimitados de la
clausura no podrá entrar nadie sin una autorización especial del ordinario y
esto en casos excepcionales, es decir, la administración de los sacramentos a
los enfermos, o la asistencia y la preparación para la muerte, o en ocasión de
los ritos fúnebres. Puede suceder
también la absoluta necesidad de dejar entrar a la clausura a un obrero para
hacer alguna reparación en el convento, pero antes debe haber un permiso
especial. La puerta que conduce a la
clausura debe estar siempre cerrada y de la llave dispondrá solamente la
Superiora.
555 Sobre el acceso al
locutorio. Ninguna hermana irá al
locutorio sin un permiso especial de la Superiora y la Superiora no debe
conceder fácilmente los permisos para ir (25) con frecuencia al locutorio. Las que han muerto para el mundo, no deben
volver a él ni siquiera a través del coloquio.
Pero si la Superiora considera oportuno que alguna hermana vaya al
locutorio, debe atenerse a las siguientes indicaciones: acompañe ella misma a aquella hermana y si no
puede, designe a una suplente, y ésta está obligada a la discreción, no
repetirá lo que habrá oído en el locutorio, pero informará de todo a la
Superiora. Los coloquios deben ser
breves, a menos que el respeto a la persona la detiene un poco, pero nunca
descorrerá la cortina, a no ser en casos excepcionales, como puede ser por un
insistente pedido del padre o de la madre.
556 Sobre las cartas. Cada hermana puede escribir cartas selladas
al ordinario de quien depende la casa; fuera de eso, pedirán permiso por cada
carta y la entregaran abierta a la Superiora, y la Superiora debe guiarse por
el espíritu de amor (26) y por prudencia.
Tiene el derecho de despachar o de retenerla, según lo que será para la
mayor gloria de Dios, pero desearía mucho que de esos escritos haya lo menos
posible: ayudemos a las almas con la plegaria y la mortificación y no con
cartas.
557
Sobre la confesión. El ordinario designara a los confesores para
la Comunidad, tanto al ordinario como al extraordinario. El confesor ordinario será uno y escuchara
las confesiones de toda la Comunidad una vez por semana. El confesor extraordinario vendrá cada tres
meses y cada hermana tiene la obligación de presentarse a él aunque no tenga la
intención de hacer una verdadera confesión.
Ni el confesor ordinario ni el extraordinario permanecerá en su cargo más
de tres años; al final del trienio habrá una votación secreta y según ella la
Superiora presentara el pedido de las hermanas al ordinario; de todas maneras,
el confesor puede ser designado para el segundo y también para el tercer (27)
trienio. Las religiosas se confesaran
junto a la reja cerrada; también las conferencias serán pronunciadas para la
Comunidad a través de la reja cubierta con la cortina oscura. Las hermanas no hablaran nunca entre si de la
confesión ni de los confesores, más bien rueguen por ellos para que Dios los
ilumine en dirigir sus almas.
558
Sobre la Santa
Comunión. Las hermanas no deben hablar
de cuáles de ellas se acercan a la Santa Comunión con menos frecuencia y cuáles
más a menudo. Se abstengan de dar
juicios en esta materia a la que no tienen derecho; cualquier juicio respecto a
esto pertenece exclusivamente al confesor.
La Superiora puede preguntar a una hermana dada, pero no para conocer la
razón por la cual no se acerca a la Santa Comunión, sino más bien, para
facilitarle la confesión. Que las
Superioras no se atrevan a entrar en el ámbito de las conciencias de las
hermanas. A veces, la Superiora puede
disponer que la Comunidad ofrezca (28) la Comunión por cierta intención. Cada una debe aspirar a la máxima pureza del
alma para poder recibir diariamente al Huésped Divino.
559
Una vez, al entrar en la
capilla, vi. los muros de una casa como abandonada [200], las ventanas estaban
sin cristales, las puertas no terminadas sin hojas, sólo tenían los
marcos. De repente oí en el alma estas
palabras: Aquí debe estar aquel convento. A
decir verdad, no me agradó mucho que había de estar en aquellas ruinas.
560
Jueves. Me sentía muy apremiada para dar comienzo a
la obra lo antes posible, según el deseo del Señor. Cuando fui a confesarme, antepuse una opinión
mía a la opinión del confesor. En un
primer momento no me di cuenta de ello, pero mientras rezaba la Hora Santa, vi.
al Señor Jesús (29) con el aspecto que tiene en la imagen y me dijo que comunicara
al confesor y a las Superioras todo lo que me decía y exigía. Y haz
solamente aquello para lo que recibirás permiso. Y me dio a conocer Jesús, lo mucho que le
desagrada el alma arbitraria; en aquella alma me reconocí a mi misma. Advertí en mí la sombra de arbitrariedad, me
deshice en polvo delante de su Majestad y con el corazón despedazado, le pedí
perdón. Pero Jesús no me permitió
permanecer mucho tiempo en tal disposición, sino que su divina mirada llenó mi
alma con un gozo tan grande que no encuentro palabras para expresarlo. Y me dio a conocer Jesús que debía
preguntarle y consultarle más. De
verdad, qué dulce es la mirada de mi Señor.
Su mirada penetra mi alma hacia los lugares más secretos, mi espíritu se
entiendo con Dios sin pronunciar ni una sola palabra; siento que Él vive en mi
y yo en Él.
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