Querido amigo/a:
En medio de los quehaceres cotidianos van pasando los días del Adviento. Y aunque sea por un breve espacio de tiempo, en tu encuentro diario con la Palabra de Dios, el Señor quiere recordarte la clave que en este tiempo debemos actualizar en nuestras vidas: la esperanza. No hay nada que no pueda ser levantado de nuevo, nada que no pueda ser restaurado desde sus cenizas. Recuerda que para Dios nada hay imposible. Nada de lo que haya pasado en tu historia personal, por muy dramático que haya sido, tiene el dominio sobre tu corazón; nada, si tú no quieres, puede endurecerte o entristecerte hasta el extremo.
Mira de nuevo al primer protagonista del Adviento que nos acompaña durante su inicio: el profeta Isaías. En el cántico triunfal de hoy, Dios invierte la situación derribando a la ciudad encumbrada y haciendo de los humildes una ciudad fuerte: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres. El Señor siempre favorece a los que confían en Él, de ahí les viene su firmeza y su fuerza.
Y por si no lo vemos del todo claro, Jesús nos lo explica con la comparación de la roca y la arena. No importa lo que te suceda si verdaderamente pones tu confianza en el Señor. Digo verdaderamente, porque cuando Jesús utilizó estas palabras eran muy frecuentes en su tiempo los falsos creyentes, los falsos profetas, los falsos doctores. Por eso dice Jesús en el evangelio de Mateo, …No todo el que me dice "Señor, Señor… Al Señor no le interesa la ortodoxia, sino la ortopraxis, es decir, el que verdaderamente cumple o intenta cumplir la voluntad de mi Padre. Si confiamos de esta manera, si nos tomamos en serio nuestra fe, ya pueden soplar los vientos más huracanados o temblar la tierra en su máxima escala de Richter, que nuestra casa, nuestra integridad, permanecerá en pie porque está bien cimentada. Por esta razón tenemos motivos para la esperanza.
Quizá puedo aprovechar este tiempo de Adviento para rellenar las grietas de mis cimientos con el hormigón de la oración, los sacramentos y las buenas obras, porque antes prefiero ser prudente que necio, como lo fue
San Francisco Javier;
un corazón grande y un alma noble, dijo
San Ignacio de Loyola de este compañero suyo del que hoy hacemos memoria.
Vuestro hermano en la fe.
Juan Lozano, cmf.
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