Estoy seguro que muchos cristianos que lean esta texto del Evangelio de Lucas lo primero que sentirán será una cierta extrañeza y sorpresa. ¿Cómo es posible que Jesús ponga como modelo a imitar al protagonista de esta parábola, a un administrador injusto? Es injusto por doble título. Primero, porque roba a su amo. No otra es la razón de que le despida y le eche de su propiedad. Y, segundo, porque no tiene ningún empacho en sentarse con los deudores de su amo para falsificando los documentos contables, rebajar su deuda. Volviendo, por tanto, a robar a su amo.
Pero no siempre hay que dejarse llevar por las primeras impresiones. Ni siempre son las cosas lo que parecen ser. Decía Joachim Jeremías, un estudioso alemán de los Evangelios, que en las parábolas no hay que fijarse en los detalles sino que sólo hay que buscar una idea central, que era la que Jesús quería transmitir a sus oyentes. Nada, por tanto, de pensar si el administrador es figura del discípulo y si el amo es figura de Dios. Dejemos esos detalles y vamos a lo que es central en la historia.
La parábola del administrador injusto habla de un hombre que se encuentra en dificultades. Su vida era tranquila. Administraba los bienes de su amo. Gozaba, como todo administrador, de su confianza. Eso le permitía sisar de lo que administraba para su propio provecho. Ya se sabe que “el que parte y reparte, se lleva la mejor parte.” Eso hacía con mucha tranquilidad. De lo que se ganaba en la hacienda, una parte era para el amo y dueño y la otra para él. Hasta pensaría que estaba en su derecho.
Lo malo fue el día en que el amo descubrió el pastel. De repente su futuro se oscureció. El que vivía tranquilo y pacíficamente con sus sisas y sus beneficios, se encontró con se podía ver de un día para otro en la calle. No sólo sin beneficios sino también sin nada para comer. Se imponía una solución rápida y definitiva. No tuvo duda. Ya le habían pillado robando. ¿Qué importaba robar un poco más? Se haría amigos con el dinero que no era suyo. Y de esa manera se volvería a asegurar su futuro y el de su familia.
Ese punto es el central de la parábola. La capacidad del administrador para mirar de frente a su problema y buscar una solución con decisión y urgencia. A eso nos invita Jesús: a mirar de frente nuestra vida y nuestros problemas y buscar las soluciones mejores. Porque el tiempo se acaba, porque lo único que tenemos es este hoy, nuestro presente. No hay que dejar para mañana todo, para lo mismo hacer mañana. Es hoy cuando tenemos que reconciliarnos con el hermano y perdonar de corazón. Es hoy cuando tenemos que empezar a compartir lo que tenemos con el necesitado. Es hoy cuando tenemos que romper el caparazón de nuestro egoísmo para empezar a vivir la fraternidad. Es hoy cuando amar se convierte en la única y verdadera urgencia de nuestra vida. Porque todo lo demás es secundario y sin importancia.
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