Queridos hermanos:
“De bien nacidos, es ser agradecidos”, es uno de nuestros antiguos refranes. Pero nuestra sociedad, en la que predomina el individualismo, suele ser poco agradecida. Incluso en nuestras celebraciones religiosas solemos pedir mucho y dar poco las gracias. A los niños les solemos enseñar, que hay que dar las gracias: “que se dice… gracias”, pero cuando vamos creciendo, las gracias o las damos por supuestas o muy de tarde en tarde, las expresamos en voz alta a la familia, la pareja, los amigos… Nos cuesta ser agradecidos.
La primera lectura de los Reyes y el Evangelio de hoy, nos recuerdan, la gratuidad. Naamán el Sirio, quiere hacer un regalo a Eliseo por haberle curado de la lepra, pero éste no lo acepta: “Y aunque le insistía, lo rehusó”, está en la línea de lo que después diría Jesús: “Lo que habéis recibido gratis, darlo gratis”. Pero hay más cosas, el hecho de quedar limpio, le lleva a confesar la fe: “Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel”, “Porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”. El que es agradecido se siente pobre, humilde, religado a ese Dios que ha producido en él el milagro
El texto de Lucas, nos da detalles de lo que significaba la lepra, apartaba de la comunidad, de la vida social y de la religiosa. Los diez leprosos estaban a las afueras del pueblo: “cuando iba a entrar en un pueblo, se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Por eso, este milagro no sólo cura, sino que restaura y hace pasar de ser descartados a incorporase a la vida: “Id a presentaros a los sacerdotes”. La salud es signo de la bendición de Dios que certifican los sacerdotes.
Pero el evangelista no da puntadas sin hilo. El envío de Jesús a los sacerdotes, en las leyes judías, significaba la curación de la enfermedad y la purificación religiosa. Pues bien, fueron precisamente los nueve judíos los que no volvieron a dar las gracias a Jesús, mientras el samaritano, el que no creía en las leyes judías y era un hereje, es el que regresa a expresar su sentimiento de agradecimiento. ¿Qué significa esto?
En ocasiones, la religión estrictamente tomada, endurece el corazón y deshumaniza a las personas. Los observantes, podemos perder el sentido de la gratuidad y pensar, (que nuestra madre nos haga la comida, eso es lo normal). El samaritano, el hombre sin religión o equivocado, es el que hace lo que es humano, lo elemental, dar gracias a quien te ha curado. No es difícil que muchas veces en las religiones se aplique más las leyes morales, el Derecho Canónico, que un humanismo agradecido.
Al alabar la fe del samaritano: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”, reprocha la cerrazón de los otros. Se queda al descubierto, una realidad constante en el corazón del hombre, o creerse con derechos delante de Dios o recibir el Evangelio como gracia y como don. En nuestra cultura, en demasiadas ocasiones pragmática, nadie da nada a cambio de nada, práctica, utilitarista…, reconocer el don recibido y que estamos necesitados de “Alguien”, es el camino para llegar a la fe, de la que se nos hablaba el domingo pasado.
La eucaristía de cada domingo, debe ser también un momento de acción de gracias. Un momento, para como dice el salmo responsorial: “Aclamar al Señor, gritad, vitoread, tocad”. Una celebración que no manifieste esto, puede ser que muestre una fe anquilosada. El agradecimiento, la fiesta, la alabanza, nos deben de llevar a unir la fe y la vida. De este momento, podemos hacer un espacio para recuperar el sentirse amado por Dios, por eso estamos alegres: “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”.
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