Queridos amigos:
Concluimos esta semana de reflexión, con una experiencia Paulina de gran trascendencia para la vida de la Iglesia y para cada uno de nosotros: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”. Filp. 1,21. Esta realidad del misionero apostólico le da carácter a toda su existencia, y le permite ser otro Cristo en medio del mundo. Solo así podremos entender la alegría de ser testigos de este proyecto de vida plena en la pequeña comunidad, en la que como Pablo podemos decirles, que por ellos es que permanecemos activos en esta vida. Cuando es la comunidad la que da sentido a todo el quehacer misionero de toda persona en la Iglesia, entonces la elección de vivir o morir por ellos es lo suficientemente clara: “Por ellos me consagro, para que queden consagrados por la verdad” Jn 17, 19¸dice Jesús en su oración sacerdotal.
La mayor parte de la vida de Jesucristo, transcurrió enfrentado al modelo de religión, de piedad, de vida de los fariseos. De ellos recibió todo el rechazo, las preguntas tramposas, las calumnias de todo tipo y sobre todo, sintió el espionaje permanente. Hoy y siempre encontramos el tema de los primeros puestos, de los privilegiados por los títulos, la clase política, social o por los ministerios que desarrolla en la comunidad. Y la situación de la persona, no es tampoco la del anonimato, la de pasar desapercibido, la del último, sino la del que es parte de la comunidad y comprende dónde y cómo ubicarse, cada uno en el servicio que le corresponde. Sin primeros lugares, sin desplazamientos de nadie, porque la capacidad de servir es la que nos ubica mejor, y el que sirve siempre está a la expectativa de las necesidades de las personas que le rodean. Pero, ojo, porque el servicio nos puede colocar en los primeros lugares, y después podemos ser rechazados, lo que la parábola propone es la capacidad de ubicarse en el servicio que sea, con humildad, sin pretender ningún lugar especial. Siempre el último en servirse, en atenderse, en complacerse, mejor es, después de que todos queden satisfechos, entonces es cuando tendremos el momento adecuado para ubicarnos, servirnos y sentirnos a gusto.
Felices los últimos en entrar al banquete de la paz, de la solidaridad universal, pero no últimos por descuidados, sino porque hemos sabido esperar que toda la humanidad quede redimida.
Su amigo,
Julio Corredor Sáenz cmf.
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