En tiempos de la cuaresma pascual algunas reflexiones para vivir esta etapa en plenitud.
Edición Impresa: jueves, 17 de marzo de 2011
Vicente Reale - Sacerdote
Hay algo de misterioso y desafiante en el hecho de pararnos frente al espejo y mirarnos en él. Es como reencontrarnos con nosotros mismos, afirmar nuestra identidad, al mismo tiempo que nos interrogamos sobre nuestra vida, nuestra historia, nuestros quehaceres y proyectos.
El espejo "refleja" nuestra imagen. Y no sólo la corporal. También nuestro estado de ánimo (de alma), nuestros sentimientos, nuestras alegrías y pesares. Nos reflejamos en el espejo. La figura que él nos transmite es nuestro mismo "yo" que nos observa.
Para los cristianos, la Cuaresma -símbolo de nuestro viaje terrenal- es como el espejo de nuestro yo creyente donde reflejamos quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde vamos en el incesante caminar de la historia humana interpretada a la luz de la vida y de la palabra de Jesús de Nazaret. Espejo comprometedor, al tiempo que esperanzador.
Puestos frente a Jesús no nos asustamos de ser humanos, con virtudes y falencias. Tampoco Él se desmoraliza frente a nosotros, porque fue uno de nosotros. Y transitando por nuestras mismas vicisitudes nos ha dejado marcado el sendero para superarnos como individuos y como sociedad.
No existe la cristiana o el cristiano perfectos en la presente etapa de nuestra vida. Con el favor de Jesús y nuestro renovado esfuerzo vamos avanzando, paso a paso, hacia la tierra prometida de una humanidad mejor.
Un tiempo y un lugar
Poder reflejarnos en Jesús para parecernos cada día más a Él, requiere de un tiempo y de un ambiente propicios. El tiempo y el ambiente que dedicamos a las decisiones de importancia para nuestra vida, nuestra familia o nuestros amigos, si de verdad lo queremos, no es tan difícil encontrar el tiempo, el sitio y el momento para hacerlo. Él nos lo dijo: "Entra en tu habitación, cierra la puerta y en lo secreto de tu corazón ora a tu Padre". Si queremos, podemos. Aun en medio de las urgencias cotidianas es imperioso que aprendamos a darnos un tiempo para nuestro ánimo cristiano.
Quizás, si le dedicáramos más tiempo al sosiego, al descanso de cuerpo y de espíritu, a la armonía con la creación (de la que tanto hemos de aprender sobre sus ritmos, sus esperas, su generosidad), a los pensamientos positivos, o a la oración sencilla, quizás entonces descubriríamos el comienzo del hallazgo del tesoro escondido o de la perla preciosa.
Cuando nos interrogamos, cuando nos quitamos las zapatillas de la comodidad, entonces comienza el camino de purificación, de crisis, en definitiva de búsqueda de grietas del alma por donde pueda colarse la brisa del Espíritu. Es necesario doblar la esquina y asomarnos a la otra calle, la que no frecuentamos, donde quizás encontremos alguna respuesta.
Necesitamos urgentemente el silencio, y cerrar los ojos para desarrollar nuestro sentido de la espera y del encuentro, nuestro sentido de la intensidad. Todo es más intenso si lo hacemos con mayor conciencia.
El alimento sabe, huele y se palpa distinto si lo saboreamos con los ojos cerrados, lentamente y centrándonos en ese acto. La conversación es más profunda si buscamos un lugar apartado y tranquilo. El susurro de Dios es un grito si pre-disponemos nuestro interior, sensibilizándolo en la calma, en la integración, en la inmersión en nuestro yo habitado por nosotros mismos.
La hora de la verdad
La hora de la verdad. Una expresión que se siente tanto en situaciones de índole política, como económica, social, o muy personales. Se suele decir mucho: ya veremos a "la hora de la verdad", o bien. "ahora es la hora de verdad". Alguna vez, seguramente, hemos podido sentirnos a solas, a solas con nosotros mismos, y experimentar en nuestro interior: "Ésta es la hora de la verdad". Esa hora en la que uno se olvida de todo, y sólo quiere y necesita, por encima de cualquier cosa, ser fiel a su propia verdad.
Nos encontramos dentro de nuestra vida diaria, y de pronto un suceso, una situación, algo que echa todo por tierra, algo que nos remueve hasta los cimientos. Y entonces lo que antes había sido una cierta seguridad y tranquilidad, se hunde, se altera. La tensión la sentimos en todo nuestro ser. En esos momentos ¿qué puede darnos paz?, ¿qué puede hacernos ver el sentido de lo que nos ocurre?, ¿qué luz puede iluminarnos? ¿Qué seguridad, qué confianza puede sustentarnos, apoyarnos, abrir los densos nubarrones?
La hora de la verdad pone de manifiesto cuáles son realmente los cimientos de mi vida, los móviles por los que me muevo, los paradigmas reales de vida que tengo, la veracidad de mi actuación y de los valores que son importantes para mí. Lo que es esencial y merece la pena.
A esta "hora de la verdad" nos invita la Cuaresma mirándonos en el espejo de Jesús y confiando en su gratuidad y misericordia. Él jamás ha despedido a quienes se acercan con corazón abierto, con fe y confianza. "Para eso he venido -dijo- para que tengan vida, y la tengan en abundancia".
Es bueno que seamos una comunidad de cristianos adultos y conscientes, capaces de mirarnos hacia adentro y mirar hacia la tan cambiante y no fácil realidad de la sociedad en la que estamos insertos. Nuestro reflejarnos en Jesús conlleva la responsabilidad de actuar como Él lo hizo frente a los injustos y la injusticia, acompañando a los pobres, débiles y sufrientes, no mezclándonos con la "levadura" de la hipocresía, la corrupción y las apariencias.
Vendrá bien recordar en estos días el evangelio de las "Bienaventuranzas". Si lo leemos despaciosa y atentamente nos llamará la atención que el Nazareno no habla allí de prácticas religiosas, normas sagradas o ceremonias de piedad. Habla de "actitudes" que configuran el ser cristiano: ser sencillos y limpios de corazón, ser misericordiosos, ser solidarios, trabajar por la paz, ser hacedores de justicia, mantener la verdad y ser fieles a Él.
Todo un programa de vida en esta Cuaresma para cristianos.
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