En un mundo tan materialista y egoísta como el que vivimos, ¿la limosna sigue siendo una práctica frecuente, o por el contrario, es considerada una antigua costumbre caída en desuso?
En su discurso cuaresmal de este año, el Papa Benedicto XVI volvió a recordarnos la importancia de este gesto, como un medio significativo para vivir más intensamente la Cuaresma, exaltando su valor y la capacidad de compartir que deberíamos tener como cristianos, “ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida, ante el afán de poseer que provoca violencia, prevaricación y muerte… Pues «la idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida».(1)
Mientras continuamos transitando el tiempo cuaresmal que nos conduce a la Pascua, cabe hacernos interiormente la pregunta inicial para evaluar si no nos está ocurriendo algo similar a lo descrito por el Santo Padre en alocución. Un simpático cuento, recopilado por el querido padre Mateo Bautista, en su libro101 cuentos para la catequesis (Ed. SAN PABLO), nos motivará a encontrar las respuestas tanto personal como grupalmente:
“Un día, a los billetes se les ocurrió una idea original. Comentaron entre sí:
-¡Qué bueno sería conocer el cielo! ¿Allí circularán billetes? Y se dirigieron animosos al famoso paraíso celestial. Allí, san Pedro les abrió las moradas eternas.
-¿Podemos pasar? –preguntaron los billetes de dos, cinco, diez y veinte pesos.
-¡Adelante, adelante! – les animó el pescador de Galilea.
Llegó el turno al billete de 50 pesos. -Tú no pasas. ¡De ninguna manera!-sentenció san Pedro.
-Pero, ¿por qué? -preguntó aquél billete.
-Porque nunca te vi en misa”.
Moraleja:
Para un cristiano no convertido, la distancia más larga: de su fe al bolsillo.
(Mateo Bautista, 101 cuentos para la catequesis, SAN PABLO, 1º edición, 2007)
Para la reflexión personal y grupal:
-Volvamos a leer el cuento, y señalemos las primeras impresiones que causó en nosotros.
-¿Por qué razón san Pedro le impidió la entrada al billete que se suponía, mas importante y valioso que el resto de los otros? ¿Qué relación con la realidad, guarda esta alegoría?
-¿A qué se refiere el padre Mateo Bautista cuando señala, a modo de moraleja, que la mayor distancia es la que va desde la fe al bolsillo? ¿Hemos escuchado en alguna oportunidad, el dicho “hay que convertir el bolsillo”? ¿Qué opinión nos merece?
-Interroguémonos, acerca del significado que actualmente tiene la limosna en nuestros días, y luego responder cual es el valor que tiene para nosotros. Asimismo, reflexionemos acerca del lugar que ocupa el dinero y los bienes materiales en nuestra vida y nuestra escala de valores.
-¿Porqué creemos que la Iglesia nos insiste en frecuentar esta práctica como medio seguro para la conversión? Preguntémonos también, cuales son los impedimentos u obstáculos que pueden llegar a disuadir nuestra voluntad.
-¿Cuáles son las motivaciones que nos impulsan a dar? ¿La gratuidad, caridad, etc. o el reconocimiento humano, social, las apariencias, el cumplimiento de un deber, etc.?
-Además del dinero, ¿Qué otros aportes de nuestra propiedad podemos ofrecer a modo de limosna? (Por ejemplo, pertenencias en desuso, nuestro tiempo, dones recibidos, algún talento, etc.)
-¿Cómo estamos viviendo esta Cuaresma? ¿En sintonía con lo que la Iglesia nos propone? Establezcamos, entonces un propósito conforme a lo que este trabajo nos dejó, para llevar adelante durante lo que resta de este tiempo litúrgico.
Para profundizar nuestra reflexión:
1. “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1, 15 y Lc 12, 33).
La palabra “limosna” no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los Profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los Profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir “religión” auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los Profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco emplean la palabra “limosna”, que, por lo demás, en hebreo es “sadaqah”, es decir, precisamente “justicia”. Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia, cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
“¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos, y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano” (Is 58, 6-7).
La palabra griega “eleemosyne” se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobación de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12, 32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10, 21 y paral.). Por otra parte, cuando Judas —frente a la mujer que ungía los pies de Jesús— pronunció la frase: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?” (Jn 12, 5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: “Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12, 8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
2. ¿Qué significa la palabra “limosna”?
La palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia, inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados.
Esta palabra, transformada, ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: “aumône”; en español: “limosna”; en portugués: “esmola”; en alemán: “Almosen”; en inglés: “Alms”.
Incluso la expresión polaca “jalmuzna” es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término, del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término “limosna”, en nuestra conciencia social, un significado negativo. Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la “limosna” en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como “el hacer participar a los otros de los propios bienes”, no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto…
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término “limosna”, al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: “Pobres siempre los tenéis con vosotros” (Jn 12, 8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿De qué participación? ¿Acaso sólo de “limosna”, entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?
3. Ciertamente Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro, el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: “Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento” (Lc 21, 3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Recordemos aquí a San Pablo: “Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Cor 13, 3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV, 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la “metánoia”, esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: “¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII, 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir “no” a sí mismos; y, finalmente, la limosna, como apertura “a los otros”. El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metánoia. Sólo con una actitud total —en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo— el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 35-40)…
…Por tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la “ayuda”, con el “compartir” la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.
En el Evangelio, y aún en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La “limosna” entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aún plenamente hacia Dios.
4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la “limosna”. En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial “exterior” de la limosna (cf. Mt 6, 2-4; Lc 11, 41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la “limosna” para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle, y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por el sentido ordinario negativo de la palabra “limosna”.
Vemos, pues, qué campo de trabajo —amplio y a la vez profundo— se abre ante nosotros, si queremos poner en práctica la llamada: “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1, 15 y Lc 12, 33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.
Para rezar:
Señor Jesús,
enséñanos a ser generosos,
a servirte como Tú mereces,
a dar sin medida,
a combatir sin temor a las heridas,
a trabajar sin descanso,
sin esperar otra recompensa
que saber que hemos cumplido
tu santa voluntad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario