Por Mikel Iraundegi, delegado pastoral de familia, del Obispado de San Sebastián
Para las personas católicas la eucaristía es el centro de nuestra vida, lo nuclear de la existencia, el alimento desde el cual crecemos y queremos crecer. Los católicos decimos que la eucaristía es “fuente y culmen de la fe”, es decir, que la fe se origina, se desarrolla y termina por madurar (que esto nunca ocurre) allá donde Jesús Resucitado se hace presente en medio de la historia humana.
Es en la eucaristía donde la centralidad de Jesús Resucitado se vive de forma más patente y potente, donde Jesús se nos ofrece como pan y vino para que podamos nutrirnos de Él. No es de extrañar que los cristianos consideremos a la eucaristía como el principal y fundamental sacramento.
Por otra parte, los católicos también decimos que la familia es la célula nuclear de la sociedad, la realidad en donde se van configurando las personas y, por ende, también los pueblos y las naciones. Lo que la iglesia quiere mostrar es nuestra esencia relacional, nuestro ser “en otros” y no tanto “individuo aislado”. Las personas somos personas porque alguien nos ha dado de comer y nos ha limpiado cuando estábamos sucios, las personas somos personas gracias a que alguien se ha entregado para que podamos crecer. Así hemos de comprender a la iglesia cuando dice que la familia, lo familiar, es el núcleo de la sociedad. Y es que sin lo familiar no seríamos nada, del mismo modo que sin eucaristía no podríamos ser cristianos.
Pero la familia, además de ser la semilla de la sociedad, también es su finalidad, su objetivo. ¿O no estamos acaso llamados a vivir la fraternidad humana? ¿No estamos acaso llamados a afrontar los retos que tenemos como especie desde la solidaridad? La solidaridad, la fraternidad, es el medio y el fin al mismo tiempo. Creemos que los problemas y desafíos se resuelven mejor cuando se encaran desde la comunión. Los humanos estamos llamados a instaurar una nueva etapa en la historia: la de la comunión de la especie humana de cara a abordar los retos que la propia existencia nos va a presentar (uno de ellos, como es evidente, va a ser el de permanecer en esa solidaridad). Pero todavía la familia humana no es real. ¿En qué familia se deja que sus miembros mueran de hambre, sean explotados, etc.? La solidaridad es el método y, al mismo tiempo, también el horizonte.
La iglesia, por ser católica, se encuentra al servicio de dicha fraternidad universal, del Reino de Dios, de la comunión familiar de todos los humanos, es por eso que en el centro de la iglesia se encuentran la eucaristía, la familia y el Reino de Dios al mismo tiempo, y que la vinculación e interrelación de estas tres realidades es tan intensa que casi podríamos hablar de una misma realidad tridimensional. Como nuestro Dios trino, familiar, comunitario.
Cierto es que en nuestro empeño como obreros del Reino hemos cometido, cometemos y cometeremos grandes errores y también pecados provocados por nuestra ceguera, pero también es verdad que el Espíritu de Cristo ha inundado, inunda e inundará los corazones de utopía, esperanza, caridad y creatividad.
Los cristianos, por medio fundamentalmente de la eucaristía, de la fraternidad cristiana, nos encontramos al servicio de las personas y de las familias con la mirada puesta en la familia universal, en el Reino de Dios. Y es que si no es así, nada tendría sentido.
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