Hace unas semanas me refería al mandato evangélico, expresado por Jesús mismo, de evangelizar a todos los pueblos. Hoy deseo tratar el tema de la “nueva evangelización”, como la llamó Juan Pablo II aludiendo a la necesidad de devolver a países con una gran historia cristiana la fe que guió a las generaciones pasadas y que muchos han perdido. Fue durante su primer viaje a Polonia, en 1979, cuando, recordando la gran cruz de Nowa Huta que desafió al ateismo oficial, Juan Pablo II habló por primera vez de la necesidad de esta nueva evangelización. El Papa quería que las enseñanzas del Concilio Vaticano II llegaran a todas las gentes, pero al mismo tiempo veía que países como Italia, Francia, España, Irlanda, y toda Europa en general, se alejaban de sus raíces cristianas, símbolo de lo cual era la negativa a que no figurara ni una mención a ellas en la Constitución Europea que se estaba elaborando y que al final no salió adelante.
Toda la Iglesia vio con dolor el alejamiento de la práctica cristiana y sacramental de mucha gente y la irrupción de leyes aprobadas por los parlamentos a favor de modos de vida —o su eliminación— y a favor de estructuras de familia en contradicción no sólo con la visión cristiana, sino incluso con la misma naturaleza.
Al mismo tiempo, sin embargo, se nota una sed de Dios, quizá para muchos jóvenes del Dios desconocido. Es el que nosotros tenemos que anunciar. Esta sed de Dios se advierte en la búsqueda de nuevas espiritualidades y en el desengaño con respecto a las ofertas de una sociedad consumista que parece que se basta a sí misma.
La Iglesia necesita hacer oír su voz en este mundo más ávido que nunca de testimonios verdaderos. ¿No hay ahora una gran confusión entre el mundo real y el virtual? Hay muchas personas que acuden a las redes sociales de Internet para fabricarse su propia imagen y para relacionarse con otras. Cuesta muchas veces distinguir la realidad de la apariencia, lo que es verdad de lo que es un engaño. Nada puede suplir al ejemplo de una persona consecuente con sus ideas y sus creencias. Quizá esta sea la clave de la admiración que despertó el mencionado papa Juan Pablo II, cuya tumba registra 23.000 visitas diarias según datos de L’Osservatore Romano.ç
Esta misma coherencia de vida es la que se nos pide a los cristianos. Nuestro territorio de evangelización está cerca: es el ambiente en el que nos movemos, comenzando por nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo. También por personas necesitadas, por su ancianidad, una enfermedad, o por vivir en condiciones duras de inmigrante.
La nueva evangelización está aquí, a la vuelta de la esquina, es obra de cada uno. Debe ser un desbordamiento de nuestro amor a Dios.
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