Sábado de Gloria
¡Ya todo se ha consumado!
Jesús, todavía puedo verte en la Cruz clavado. Mis ojos ven Tu Cuerpo sin vida, como cubierto de todas mis heridas. Con espanto veo que ni una sola gota de Sangre Te guardaste, porque toda la entregaste ante la mirada de Tu Santa Madre.
Ahora en el Sepulcro Te hemos dejado. Nuestro Jesús Amado ha encontrado finalmente el descanso, ¡porque todo se ha consumado! Su Madre, como en aquella Cuna de Belén, dejó allí a Su Hijo Rey. Qué distintos, María, aquellos dulces días, a estos de sabor amargo, que por dentro nos están quemando, en los que ya has derramado todo tu llanto, en los que con tu amor continúas la Redención, vestida tú también, de Pasión.
María Desgarrada, María de los Dolores, María de la Pasión, María Madre de los hombres, María toda de Dios. Te veo en un rincón hincada y que algo entre tus Manos guardas. ¡Es el Lienzo Santo de la Verónica! Te incorporas y lo extiendes con dulces caricias, posas tus dedos sobre Sus Mejillas queriéndole sanar, como cuando Niño, todas Sus heridas. Ese Dios Niño que vivió dentro tuyo, que cantaba y te abrazaba, que consolaba y bendecía, que sanaba y amaba, y al que tan solo ayer le devolvieron todo el bien hecho, colgándolo de un Madero. Tu Niño fue traicionado y negado, y sin embargo murió amando, porque encarnizado y traspasado llegó a liberarnos.
María, ante estos recuerdos tú caes nuevamente al suelo desplomada, y así postrada recorres Su Santa Cara. Miras tus manos de Madre, aquellas con las que con El jugaste y junto a tu pecho tantas veces Lo estrechaste. Esas manos que por la tarde Lo tocaron al descenderlo de Aquel Madero y se tiñeron de Su Sangre Preciosa, que cual Pura Hostia se ofrecía para darnos vida. Su Sangre aún está fresca sobre la tierra, que La toma hasta quedar purificada.
María, Madre sin descanso, en tu Corazón a tu Niño estas velando, porque Lo quieres ver Resucitado. Lo estas esperando, por eso permaneces orando para tenerlo nuevamente entre tus Brazos, Sano, Vencedor, mostrándose como Rey Divino. Tú sabes bien que Jesús resucitará, por eso tu Corazón no deja de orar, tú solo quieres apurar esa hora de la Gran Victoria.
María, aquella pequeña Niña, aquella pequeña de Nazaret con su Sí, se convierte en el Calvario en Madre de la Cruz y la Esperanza, en Señora de la Resurrección. Tú supiste ser, en medio de tu dolor, el Arca del Amor y la esperanza. Aquel día perdonaste y consolaste al arrepentido Pedro, y esperaste, esperaste mientras orabas para que Tu Hijo resucitara.
María, Madre mía y Madre de Dios, te imploro Madre por mi perdón, por este corazón mío que a veces parece estar vacío, que tiene tantos ruidos, para que se transforme en Cuna de la Resurrección y allí con alegría se muestre el Rostro de Dios.
¡Hosanna, Madre mía y de la Esperanza, porque ya llega la Hora Santa de la Pascua!
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