Queridos hermanos:
El tema del evangelio de hoy es delicado e importante, se trata de la fe de los apóstoles. Conscientes de la debilidad de su fe, le piden al Señor: “Auméntanos la fe”. La respuesta y la comparación de Jesús con el granito de mostaza, algo insignificante, pequeño, si se refiere a ellos, es que la cosa no está muy allá: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar. Y os obedecería”. Parecen quedar mal, aquellos que son los testigos primeros de nuestra fe.
No es cuestión de falsa humildad, este es el tema central de nuestra vida cristiana, que los apóstoles tuvieron que ir descubriendo durante un proceso. Hoy como ayer, un seguimiento de Jesús no basado en una experiencia de Dios, es difícil que lleve a ser cristiano y un cristianismo no basado en la experiencia personal y comunitaria de la fe, es como dice el Evangelio: “edificar una casa sobre arena”. El ser cristiano no es una prueba ni corta ni sencilla, no es una carrera de cien o mil metros, es una carrera larga y difícil, es un maratón.
Si tenemos en cuenta que: lo que predomina en nuestro tiempo, es no haber tenido ninguna experiencia religiosa, no haber sido afectados, ni menos transformados, por algo que pueda ser denominado Dios. Este déficit en nuestros días es mucho mayor, ya que vivimos en una sociedad privatizada, individualista, consumista, con falta de valores, plural, laicista… que hace que el tema religioso, siendo en algunos una aspiración o deseo, (muchos participan de la religiosidad popular, bautizan, comulgan, se casan, entierran…), no se traduzca en una fe y menos en una participación en la estructura eclesial.
La experiencia de Dios es un encuentro, es decir, una forma de vida y de situarse ante la realidad y ante el Evangelio que agarra a la persona de manera afectiva y efectiva, en este sentido la experiencia es mucho más que la vivencia. Por lo tanto no es una conquista nuestra, nos transforma, nos da un corazón nuevo, es un camino no una meta, se realiza en el mundo, es vivida en la Iglesia. De ahí, que hacer experiencia de Dios, supone dejarse transformar en los pensamientos, sentimientos y afectos por Él. Dios está presente en el mundo, en la historia, en la Iglesia, en los acontecimientos de las personas. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”decía San Pablo en el famoso Areópago de Atenas.
Esta experiencia de Dios se verifica, encarnándonos en la realidad como Jesús, optando por los pobres, en el compromiso y la lucha por la justicia. Entre los pobres y la experiencia de Dios existe un aire de familia, lo que nos lleva en palabras de Ignacio Ellacuría a: “hacerse cargo de la realidad, cargar con la realidad y encargarse de ella a través de un compromiso político”.
Pero para hacer esta experiencia, tiene que haber persona. Una persona con capacidad de interpretar y vivir la propia vida desde dentro, inquieto, que explore la existencia, que no se conforme con las respuestas prefabricadas, que esté en búsqueda, que se plantee interrogantes, que sea solidario, que no esté dominado por los intereses, que tenga capacidad de admiración, que crea en lo pequeño, capaz del silencio, soñador de utopías… yo suelo decir: que tenga imaginación para entender lo simbólico.
Tiene que hacer oración y celebrar la Eucaristía, si quiere mantener y cultivar la experiencia de Dios. “La oración es a la fe lo que la respiración es a la vida “(Romano Guardini). Sin capacidad de leer el Evangelio y desde él hacer una lectura creyente de la vida, de presentar a Dios lo que nos acontece, en la Eucaristía, de escuchar y seguir el ejemplo de Jesús “Haced esto en memoria mía”, no se puede vivir una vida cristiana. Teniendo en cuenta también a los grandes testigos que son los modelos para vivir el Evangelio: entre ellos los apóstoles que en el texto piden que se le aumente la fe y los santos.
Y todo esto vivirlo en comunidad, la carencia de una comunidad, fácilmente concluye con el comienzo de un camino sin retorno, hacia la perdida de la fe. La comunidad nos invita siempre a la revisión de nuestra vida, a contar con la ayuda de otras personas, a estar acompañados y acompañar, a vivir fuera y dentro, a celebrar juntos nuestra fe. Hoy más que nunca, parece claro que la fe no se puede vivir en solitario, fuera suele hacer frio, como Jesús, necesitamos la comunidad aunque sea de doce, el cristianismo es una opción comunitaria.
Y, “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”, casi nada. Por eso para llevarlo a cabo “sin tirar la toalla” no basta con haber escuchado “los ladridos de otros”; es necesario haber “visto la liebre”, por eso os cuento una historia que nos puede servir para la reflexión de este día.
SEGUIR LA LIEBRE
“La experiencia de Dios se puede comparar con varios perros que persiguen a una liebre. El perro que la ha visto empieza a ladrar con todas sus fuerzas y sale corriendo detrás de ella. Otros perros oyen sus ladridos y lo siguen. Pero antes o después llega un momento en que se detienen todos los perros que han oído únicamente los ladridos. Sólo siguen corriendo los que realmente han visto la liebre. Este relato ilustra la penosa situación de muchas personas que buscan. Viven exclusivamente de ladridos provocados por otros ladridos, provocados a su vez por otros ladridos. A la larga, esto no es suficiente. Son personas que buscan a Dios, que buscan el sentido y la plenitud de la vida, pero sólo oyen a alguien que ha oído que alguien ha oído” (Piet Van Bremen, “Lo que cuenta es el amor. Ejercicios espirituales en la vida”. pg. 19, Sal Terrae. Año 2.000).
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