VATICANO, 05 Mar. 11 / 09:18 am (
ACI/EWTN Noticias)
El
Papa Benedicto XVI explicó que por amor, Dios siempre llama a cada uno de los hombres y mujeres por su nombre, de manera personal, y espera una respuesta concreta para colaborar con Él en la historia de la salvación de la humanidad.
En la lectio divina que presidió ayer por la tarde, en su visita al Seminario Romano Mayor en la víspera de la fiesta de la Virgen de la Confianza, Patrona del Instituto, el Santo Padre reflexionó sobre el pasaje de la Carta a los Efesios 4,3 en el que San Pablo exhorta a "conservar la unidad en el espíritu".
El Papa recordó que "el comportamiento de los cristianos es la consecuencia del don, la realización del don que se nos da, no es un afecto automático porque con Dios estamos siempre en la realidad de la libertad".
"El Bautismo, lo sabemos, no produce automáticamente una
vida coherente: esta es fruto de la voluntad y del esfuerzo perserverante de colaborar con el don, con la Gracia recibida. Y este esfuerzo cuesta, hay un precio por pagar por persona".
Seguir a Cristo, dijo el Papa, "significa compartir su Pasión, su
Cruz, seguirlo hasta el final, y esta participación en la suerte del Maestro une profundamente a Él y refuerza la exhortación del Apóstol".
Benedicto XVI explicó luego que San Pablo se refiere a la vocación de todo cristiano, a la llamada de Dios para vivir con Él: "la vida cristiana comienza con una llamada y permanece siempre una respuesta, hasta el final. Ya sea en la dimensión de creer o en la dimensión del actuar: tanto la fe como el comportamiento del cristiano son correspondencai a la gracia de la vocación".
Tras poner como ejemplo de este seguimiento a la Virgen María, Madre de la
Iglesia, el Papa recuerda que "debemos tener en cuenta que no hablamos de personas del pasado. Dios, el Señor, ha llamado a cada uno de nosotros con su nombre. Dios es tan grande que tiene tiempo para cada uno de nosotros, me conoce, conoce a cada uno por nombre, personalmente. Es una llamada personal, para cada uno de nosotros. Pienso que debemos meditar muchas veces este misterio".
"Dios, el Señor, que me ha llamado, me conoce, espera mi respuesta como esperaba la respuesta de María, como esperaba la respuesta de los Apóstoles. Dios me llama: este hecho debería hacernos atentos a la voz de Dios, atentos a su Palabra, a su llamada para mí, para responder, para realizar esta parte de la historia de la salvación para la que me ha llamado".
Seguidamente el Papa hizo una reflexión sobre algunos elementos de este seguimiento: la humildad, la dulzura, la magnanimidad y la capacidad de soportarse unos a otros en el amor.
Sobre la humildad pone como ejemplo a Cristo, quien "desciende hasta mí, es tan grande que se hace amigo mío, sufre por mí y muere por mí. Esta es la humildad que se debe aprender, la humildad de Dios. Quiere decir que debemos siempre vernos a la luz de Dios, así, al mismo tiempo, podemos conocer la grandeza de ser una persona amada por Dios, pero también nuestra pequeñez y pobreza, y así comportarnos justamente, no como patrones sino como siervos".
Respecto a la dulzura, Benedicto XVI afirmó que "es una palabra cristológica que implica nuevamente imitar a Cristo, encontrar este espíritu de ser dóciles, sin violencia de convencer con el amor y la bondad".
"La magnanimiedad quiere decir la generosidad del corazón, no ser minimalistas que dan solo lo que es estrictamente necesario: démonos nosotros mismos con todo lo que podamos para crecer también nosotros en esta virtud".
El Santo Padre dijo luego que soportarse unos a otros "es una tarea de cada día, soportarse en la propia alteridad, con humildad, aprender el verdadero amor". Seguidamente explicó que si bien Dios llama de manera personal, esta llamada también es comunitaria, eclesial, resaltando la importancia de la vida comunitaria, en este caso del seminario, de donde saldrán sacerdotes a las parroquias para pastorear a los fieles en la Iglesia.
Ante las dificultades propías del cuerpo eclesial, continuó, "debemos tener presente que es muy bello estar en una comnpañía, caminar en una gran compañía de todos los siglos, tener amigos en el
Cielo y en la tierra, y sentir la belleza de este cuerpo, ser felices porque el Señor nos ha llamado en un cuerpo y nos ha dado amigos en todas las partes del mundo".
"La unidad de la Iglesia no está dada por un 'sello' impuesto exteriormente, sino que es el fruto de una concordia, de un común esfuerzo por comportarse como Jesús, con la fuerza del Espíritu".
En la parte final de la lectio divina, el Papa señaló que "el amor cristiano es un vínculo, ¡pero un vínculo que libera!". La imagen de San Pablo hecho prisionero de Cristo es un ejemplo de esto: "como Jesús mismo, se ha hecho esclavo para liberarnos".
"Para conservar la unidad del espíritu -concluyó- es necesario asumir en el propio comportamiento aquella humildad, dulzura y maganimidad que Jesús testimonió en su pasión, es necesario tener las manos y el corazón ligados a aquel vínculo de amor que Él mismo ha aceptado por nosotros, haciéndose nuestro siervo".
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